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Soledad Recurrente - por Jihuatsi

Las únicas personas que había esa noche en aquel café solitario en un rincón de la ciudad eran Jamie (yo), una joven pareja extraña, y el dueño. *TIC TIC TIC TIC* Escribo. El sonido de las teclas de celular es lo único que se oye aparte del susurro de las conversaciones. La noche a esta hora tiene un peso que hace sentir los movimientos difíciles y el cuerpo agarrotado. Me siento mal y cansado, y se cristaliza en palabras y entrelíneas en mi celular. *BRRRUM* Un repentino arrastrón del banco y la chica sale con lágrimas escurriendo que quedan suspendidas en el aire por un instante. Nos sentimos más en lo denso de repente, y el frío entra raudo como un espíritu que barre el lugar, tan pobre de alma. Tras de él la puerta se azota.

“¿Cómo sucedió aquello?”, dice el propietario. “Se ve usted, ciertamente, afectado.”

“Las cosas no van bien en el trabajo. No hay dinero. Y hay otras mujeres, que yo, naturalmente, deseo. Y a ella como buen hombre que soy, le miento para tenerla contenta. Pero sospecha; o más bien, sabe, con ese saber de quién no tiene que ver pruebas concluyentes. Y, la lastimo y me deja, lastimado y quién sabe si dentro de poco habremos de tener techo.”

Me reclino sentado, y miro. Hace tantos años que se repite esta escena en estos lugares. Esta imagen…

Contesta el tendero: “Es bueno que se exprese con esa ligereza. Ya cerraré dentro de poco. ¿Quiere algo de comer o beber? No es molestia. Las penas con pan…”

… Donde vemos lo que siempre ha sido, a mitad de la noche, con seres marcados por el dolor compartiéndolo. Seis mil de años atrás, estamos los tres otra vez (¿o es antes?) semidesnudos, sudorosos, cansados, junto a una fogata, cerca de una cueva a mitad de un viaje. Debe ser verano, porque la noche es caliente, y los mil ojos de Dios desparraman sobre nosotros su mirada, mientras el hambre nos tiene en vilo. Reunidos extraños por un momento, desconfiando y confiando con bendiciones que hoy llamamos instintos. Y de repente, uno de nosotros, el más joven, se va, se pierde en la noche. Y no sabemos si lo veremos de nuevo. ¡Que los mil brazos de Dios extiendan su piedad a donde vaya!

Seis mil años después (¿o antes?) la ciudad que nos ha separado nos ha unido. Y nuestra separación ha creado la ciudad. Y nos ha vuelto a separar.

El hombre prende un cigarro y el dueño empieza a apagar las luces y salimos los tres. El frío otra vez aparece. Hay un miedo en el aire, que siempre estuvo con nosotros, desde que llegó la noche al menos. El hombre quiere llorar.

LA noche es parda aunque no hay nubes. Los autos se forman oscuros en la calle, y es como si la ciudad se chupara la vida de todo lo que crece en ellas, ¿sabes? O lo volviera su esclavo. Como esta plantita aquí muriéndose de frío solita…
Me despido del tendero y el chico también. “Hey, ¿cómo te llamas?, le digo al otro hombre mientras camino.”

Me contesta, exhalando humo, mientras camina en mi dirección.
“Carlos.”

Esta vez no te dejaré ir. Le tomo la mano, suavemente. Se pone nervioso, y me voltea a ver y le clavo la mirada con deseo en sus ojos cafés, tomo su cuello y empujo hacia mi boca. Y él responde…

Creo que ambos queremos llorar. Y no estamos tan solos.

——
Mil años después. ¿O es antes?

La chica me dice en la oscuridad: “esta noche tan fría, de alguna forma hace miedo…” Esta vez no te dejaré ir… me dice, y me besa.

Y yo respondo.

“¿Pero algún día acabará el miedo y esta noche? ¿No pesará la soledad?”

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1 comentario

  1. 1. Teresa dice:

    Me costó leerlo, me resultó confuso. Profundo pero a la vez desordenado, lo que hizo que lo tuviera que leer dos veces, para tratar de entender y aun asi, no me quedó claro.

    Escrito el 6 mayo 2013 a las 22:59

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