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Insomnio - por sandra

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Hacía dos días que no podía dormir y su mente empezaba a nublarse. Deambulaba por las calles desiertas en busca de nada cuando giró la esquina y lo vio. Le fue imposible no sentir atracción por aquel bar que iluminaba toda la calle, cual luciérnaga a una bombilla. Se quedó allí fuera mirándolo, al cobijo de la oscuridad.
Había vida y música allí dentro, aunque de forma tranquila aparentemente. Todo el mundo era más feliz dentro de un bar. La gente charlaba y bebía con tranquilidad ajena a mi espionaje. Disfrutaba observándolos.
Perdió la consciencia de cuánto tiempo estuvo allí. Pero volvió al mundo cuando los vio salir por la puerta. Era una joven de 25 años con un hombre que le doblaba la edad. Estaban claramente borrachos y se tambaleaban. Sobretodo ella. Hablaban muy alto.
– Creo que te voy a acompañar a casa.
– No, no hace falta. Prefiero ir sola.
– No, de verdad. Insisto.
Le pasó un brazo por encima mientras la incitaba a caminar. La chica seguía negándose pero con poca convicción. No habían dado ni dos pasos cuando él descolgó su mano por el cuerpo de ella y le cogió un pecho. Enseguida la otra mano hizo lo mismo con el otro. Ella protestó.
– ¿Que haces? Tienes las manos muy largas tu, ¿no? – le dijo mientras intentaba apartarlo. Lo consiguió pero solo porque él quiso.
– Es que eres una chica muy guapa. Seguro que te lo han dicho un montón de veces.
Siguieron caminando muy juntos y enseguida giraron la esquina. El espectáculo se había acabado si no hacía nada. La indecisión se apoderó de él. No sabía si seguirlos u olvidarse del tema e irse a casa. ¿Debía o no debía?
No pudo evitarlo. Al final giró la esquina él también y enseguida los vio. Caminaban muy despacio porque ella prácticamente no podía andar. Él le susurraba algo al oído. O quizás le estaba besando el cuello, la oscuridad no le dejaba disipiar la duda. Entonces la mano que tenía en la cintura de la chica bajó hasta su trasero… por debajo de su falda. Ella ya no dijo nada, pero es que apenas levantaba los pies para caminar. La mano que tenía libre volvió a jugar con sus pechos, ahora con total libertad.
No duraron mucho así. En la calle siguiente se pararon y casi desaparecieron de su vista. Solo veía los pies de la chica. Para cambiar de ángulo cruzó la calle y se escondió detrás de la fila de los coches aparcados. Se habían metido en la entrada de un garaje.
Entonces comprendió que era el momento, tenía de hacer algo. No se lo pensó mucho y se acercó sigilosamente por detrás. El hombre ya estaba con los pantalones bajados cuando le dio con fuerza en la cabeza con un pedrusco que afortunadamente había encontrado cerca de su escondite. Cayó redondo al suelo sin emitir sonido alguno. Dudaba en si lo habría matado pero por si acaso con su corbata le ató las manos en la espalda.
Se olvido de él rápidamente. Echó un vistazo hacia la chica. Estaba tendida boca arriba inconsciente con la camisa desabrochada y los pechos al descubierto. La falda la tenía subida y las bragas apartadas. La imagen lo paralizó. Realmente era bonita.
Enseguida noto la erección y terminó la faena que su víctima no había podido hacer.
– No hace falta que me des las gracias guapa – le dijo mientras se alejaba.

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