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El hombre tranquilo - por TEJUELO

Este fin de semana los hijos no le tocan a él.Había pensado ponerse una película de John Ford, y que a ella no le gustaban, de esas en la que John Wayne está magnífico, pero todavía no soporta la soledad.

No quiere volver sobre el tema, aunque sabe que lo hará. Por eso ha decidido salir a tomar una copa. Ha entrado en un antiguo local, ahora reformado, que frecuentaban de novios.

El lugar minimalista busca contraste entre el elegante negro de las paredes y el el blanco níveo de los sofás y sillas. El bar-coctelera exhibe multitud botellas diferentes, cuyos líquidos los camareros mezclan con maestría del oficio.

Jorge pide un “Habana Club” mientras pasea la mirada por los clientes cuarentones. El ambiente es de ejecutivos y profesiones liberales. Varios hombres vuelven los ojos hacia un grupo de mujeres que acaban de irrumpir. Todas van vestidas a la moda imitando a las celebridades del momento.

Los recuerdos vuelven recurrentes y se quedan instaladas en su memoria sin pedir permiso, a la vez que una pregunta le martillea ¿Dónde hemos fallado?

Naturales de una pequeña capital de provincia, desde la adolescencia mantuvieron un largo noviazgo Juntos superaron las dificultades de los estudios y se fueron adaptando el uno al otro. Al terminar la carrera a él le ofrecieron un puesto en una empresa de ofimática en Madrid. Helena, ya enfermera en la sanidad pública, pudo hacer un intercambio. Se casaron, cumplidos los treinta, convencidos de que su amor era para toda la vida.

Los primeros años fueron de pasión intensa, de ilusiones compartidas; de besos y abrazos espontáneos; de un quitar la ropa divertido e imprevisto; de esperas impacientes; de preparar la comida preferida para el otro; de creer que, a base de empeño, el futuro incierto se volvería seguro; de que su amor sería capaz salvar los obstáculos y escalar cualquier montaña por alta que fuera.

Se hipotecaron al comprar un pequeño piso, según la propaganda en el mejor futuro pulmón verde de la gran urbe a solo diez minutos del centro, que luego se convirtieron en más de una hora.

Primero llegó Miguel, un niño moreno y vivaz al que cuidaban haciendo malabares para encajar horarios. Algunos fines de semana, los turnos del hospital, les obligaban a renunciar al escaso tiempo común.

A los dos años vino Dani y los problemas para atenderlos se multiplicaron. Sin fiarse de dejarlos en casa al cuidado de personas extrañas, tuvieron que llevarlos muy pronto a las guarderías.

Elena se volvió irascible, estaba siempre nerviosa e intranquila. Empezó a molestarse si Jorge se retrasaba por el trabajo, a reprocharle que la mayoría de las veces ella asumía la carga de la casa y de los niños. Él intentó compensarla, en los días festivos su tiempo estaba dedicado exclusivamente a la familia.

La quiere evocar y los perfiles de su figura se diluyen. No supo retenerla . Helena se le escapó sin darse cuenta, distraído en cosas que entonces le parecían imprescindibles.

Una chica morena lo está mirando con insistencia. Jorge se siente intimidado y desvía la mirada.
Desde que se separaron no ha practicado sexo. El deseo late en su cuerpo, pero tiene miedo de fallar. Las últimas veces con Helena no funcionó. Ella le juró que no había nadie más, que era por puro cansancio por las prisas y el estrés del trabajo.

Hablaron, la eximió de cualquier responsabilidad. Le propuso cambiar de vida, volver a su ciudad de origen, al calor de la familia, darse una tregua.

Jorge aprovechó una oferta modesta. De mutuo acuerdo,se llevó a los niños, los abuelos los cuidarían. Ella se quedó una temporada sola, se daría un tiempo para reorganizar su mente y sus afectos.

Cuando se volvieron a encontrar Helena había cambiado. Solo fue un espejismo, algo entre ellos se interponía. Se esforzaron, pero los escasos encuentros amorosos eran forzados y resultaban fríos y faltos de comunicación. Hasta que dejaron de ocurrir.

No hubo gritos ni peleas. Simplemente dejaron de tenerse en cuenta y la apatía se instaló en su casa.

Decidieron separarse. Jorge se ha alquilado un apartamento y ha vuelto a una soltería no deseada.

―¡Hola! ¿Es la primera vez que vienes?

―No, ya lo conocía de antiguo, sin renovar.

―Perdona, soy Laura: ¡Te he visto tan solo!

―Yo, Jorge. Te lo agradezco, no me viene mal un poco de compañía. ¿Te apetece otra copa?

―Si prometes cambiar de cara, sí

Jorge sonríe.

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