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Los límites de la ilusión - por Marta

LOS LÍMITES DE LA ILUSIÓN

El encuentro ha sido fugaz, como siempre. Ella no pide más que eso. Se conforma con algo que se parece mucho a una limosna. Se encuentran cada tanto en el bar del único hotel del pueblo. Allí no va casi nadie, algunos de los que pagaron una habitación por dos o tres noches para hacer negocios de dudoso calibre, los viajantes que añoran el descanso reparador tras kilómetros y kilómetros de carretera uniforme y polvorienta, alguna que otra pareja trasnochada y ellos.
Esa noche están solos y tomados de la mano. En los ojos de la mujer hay una pasión triste y mansa, en la mirada de él una suerte de culpabilidad provocadora. Hablan poco, la resignación que los envuelve por dentro y por fuera paraliza sus lenguas y sus pensamientos.
Permanecen sentados por más de dos horas y el tiempo se detiene junto a sus cuerpos. Respiran lento, sacando ventaja de esa inanición forzada que atempera la lucha que los consume.
Alguien entra al local y la magia estática se descalabra. Ella recompone su postura algo inclinada hacia el rostro del hombre y éste toma distancia del cuerpo amado quitando todo rastro de intimidad frente al extraño.
El recién llegado sólo pregunta por una dirección y cuando la obtiene, sale a prisa sin siquiera advertir la presencia de la pareja.
Los enamorados deciden marcharse, ella está nerviosa, es más tarde de lo que suponía.
Ambos tienen deberes que cumplir.
Salen del local, pero antes, un beso apenas insinuado roza los cabellos de ella que no atina sino a repasar con su índice los labios viriles.
Ya en la calle, se alejan hacia direcciones opuestas, como sus vidas.
Él regresa al calor de su familia, hijos y esposa que lo esperan sin preguntas ni reproches.
La mujer dirige sus pasos hacia el convento, un hogar que reclama fidelidad absoluta.

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