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Una noche diferente - por Lia Pederzolli

La esquina de siempre, el trago de toda la vida, el mesero conocido, el olor espeso a tabaco y sin embargo una noche diferente. ¿Qué hizo contraste esa noche de primavera? ¿Fue el almidón de la camisa nueva? ¿Fue la colonia importada que usó por primera vez? Claro que no, su presencia era lo distinto. Pero qué hacía en ese lugar y en ese horario. Sólo un tipo de mujer estaba frecuentaba los bares a esas horas. ¿Era ella una fulana?
Sus miradas interrogantes se cruzaron al instante y fueron mutuas. Desde la perspectiva de Joel, la presencia de ella lo desconcertaba; en cambio Elvira fue específicamente a buscarlo, por fin la pesquisa había terminado. Más desconcierto sintió cuando se sentó a su lado y clavó los ojos pardos en los suyos sin decir una sola palabra. ¿Quién era esa mujer? Lo traicionó la timidez, una vez más como tantas otras entonces ella comenzó la plática: “¿es usted Joel?”. La voz tan clara y tan vibrante por el nerviosismo le sonó familiar, pero la vida le había enseñado que nunca diera su nombre sin conocer la causa por la cual se lo preguntaran. “¿Es usted Joel?”, volvió a decir tomándolo del brazo, con desesperación. ¿Quién era ella y por qué preguntaba su nombre, qué quería de él?
La miró con recelo y saco el brazo “¿quién es usted?” alcanzó a pronunciar con un tono fuerte, casi como retándola. Su explicación fue breve, su actitud impulsiva había mutado a desesperanza y sosiego pero Joel no se esperaba aquel momento. Siempre iba a ese bar, cada noche desde su tierna adolescencia, era parte de su hábitat natural, lo sentía suyo; se sentía seguro. Era su verdadero hogar. Allí nadie lo juzgaba, no se le hacían preguntas y las charlas eran vagas y superficiales. Era el escapa de sus días oscuros.
El trabajo de Joel implicaba tener sangre helada, no ocupar la memoria y ser muy callado. Las tres características fueron parte de su vida desde pequeño y su desempeño lo enorgullecía, aunque no podía reconocerlo porque cada vez que pensaba en su labor se sentía profundamente desdichado.
Esa noche cambió todo para él. Se imaginó columpiando un muchachito en alguna plaza, soplando velas sobre una torta con forma de payaso, corriendo feliz tras un balón… pero inmediatamente sacudió su cabeza desechando esas imágenes. ¿Qué vida le daría, cómo le explicaría lo que hacía? ¿Y sin tan sólo fingiera? No podría, contra todos los pronósticos era pésimo para llevar una doble vida. Por eso estaba solo.
Elvira era hermosa pero gélida. El timbre de su voz era molesto pero su belleza hipnotizaba. Esa noche hace cinco años él la amo con ternura, alcanzaron momentos desconocidos para ambos entre cuatro paredes. Pero fue cosa de una sola noche, no podía darse el lujo de enamorarse. Nunca la llamó, no la siguió… ella murió para él esa misma noche.
—No sé de qué me habla, se equivocó al venir aquí— Le dijo levantándose de su silla.
A la declaración de Joel le siguieron lágrimas de desdicha, los dos sabían la verdad pero ella no supo manejar la situación y salió corriendo del bar. Esa fue la primera vez que experimentó verdadero dolor emocional. Salió desesperado por conseguir más cigarrillos y se hundió en la penumbra de la calle.
Nunca más pisó aquel lugar.

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