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Noctámbulo - por Scarga

Esa noche necesitaba una copa como fuera. El agobio del trabajo, de Helena, del curso de inglés -maldito inglés; con lo fácil que hubiera sido que el castellano dominara el mundo-. Cuando aparqué frente al "Phillies" algo me detuvo dentro del coche. A través de los grandes ventanales del local pude ver a una pareja sentada en un extremo de la barra. Ella era pelirroja y llevaba un vestido rojo de manga corta. Me encantan la pelirrojas, son como un bocado exquisito; constituyen un misterio apetecible. Junto a ella había un tipo que parecía aburrido, como si estuviera dejando pasar el tiempo. El camarero estaba fregando, seguramente los vasos del día, y frente a él, otro tipo estaba sentado solo en la barra, y esta última visión fue la que me paralizó.
Me quedé con la mano en la maneta interior de la puerta del coche, sin atreverme a abrirla. Sentí pena. Un tipo bebiendo solo siempre me ha parecido patético, lastimoso. Y eso era lo que me disponía a hacer yo; beber solo en la barra de un bar, lamiéndome poco a poco las heridas, las frustraciones, con mente mas pastosa y confundida a cada copa; convirtiéndome en un pobre desecho humano.
Me imaginé intentando bajar con dificultad del taburete, agarrándome al saliente de la barra para no perder el equilibrio y la dignidad. Me pregunté una vez mas: por qué soy noctámbulo, por qué cuando llega la noche una especie de corriente empieza a recorrer mi cuerpo llenado mis células igual que luego lleno mi estómago de Bourbon y mis pulmones de humo. Por qué cuanto mas bebo mas ganas tengo de fumar y cuanto mas fumo mas ganas tengo de beber. Por qué no puedo salir de esa rueda infernal que solo se para cuando noto que ya empiezo a ver doble y mi voz suena pastosa y ajena; como si no fuera bien bien yo quién articula las palabras. Como si fuera la marioneta de un ventrílocuo, que se limita a mover la boca mientras otro pronuncia sus palabras y le pone la voz.
Decidí que no bajaría del coche, que no entraría en el "Phillies" para convertirme en un Mr. Hide alcohólico y penoso, en una especie de trapo andante con los ojos vidriosos y la lengua seca y pastosa, que seguiría estando sobrio para disfrutar de la lucidez mental y física en la que me encontraba en ese momento. Que me iría de allí. Que llegaría a casa y me acostaría, y mañana, me alegraría de no haber sucumbido a la locura.
Pero entonces, noté que mi mano se resistía a soltar la maneta de la puerta, que incluso notaba una cierta tensión muscular, como si fuera mi mano, por cuenta propia la que hubiera decidido abrir la puerta y poner el pie en el suelo. Noté como los músculos del antebrazo se tensaban en un esfuerzo supremo por abrir o no abrir la puerta. Sentí como mis ojos sorprendidos observaban al brazo en su lucha por obedecer las órdenes que la razón le estaba dando. Sentí una forma de sudor helado que recorría mi frente, pero del que no emanaba ninguna gota; simplemente frío.
Por fin, relajé los músculos del brazo y serené mi ánimo, y entonces, abrí la puerta.

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