Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Al filo de la realidad - por Aime Sánchez

Me giré al escuchar sus pasos muy lentamente, tenía miedo de mirar pero ya llevaba varios minutos intuyendo que me seguían desde que desembarqué en el aeropuerto. Continué andando por los pasillos cada vez más rápido notando su respiración cada vez más cerca de mi nuca, mientras un sudor frío me corría por todo el cuerpo, empapando mi ropa. Tenía la sensación de que algo me ahogaba como si me hubiera tragado una bola de billar que no iba ni para arriba ni para abajo, notando un dolor intenso a la altura del esternón que me asfixiaba. Esa sensación ya la conocía, se lo había comentado ya en alguna ocasión a mi psiquiatra y me dijo que era ansiedad, y que se solucionaba con ansiolíticos. Llevaba cinco años haciendo mis visitas periódicas al “curalocos” que es como yo le llamo, pero no he avanzado en absoluto. Dice que nada de lo que percibo es real, que es producto de mi imaginación, pero yo sé que no, que alguien me sigue. Lo que creo es que mi psiquiatra es un espía de ellos, y que le han pagado para acabar con mi cordura, que de por sí ya está un poco debilitada con tanto fármaco. El ruido de los pasos había cesado, ya no oía nada y me volví a girar, pero no había nadie, ni tan siquiera cerca. Salí a toda prisa del aeropuerto y cogí el primer taxi libre que había en la puerta. El taxista se apresuró a ayudarme con las maletas, pero yo no se lo permití, soy muy precavido con esas cosas desde que una vez vi en televisión que a una chica le metieron droga en su maleta y fue a parar a una cárcel de Tailandia, que creo que es una de las peores cosas que le pueden pasar a un turista. Desde entonces, tomo mis preocauciones y precinto mi equipaje con ese film transparente que tienen en todas las terminales. Subí al taxi y le indiqué la dirección del hotel en el que me iba a hospedar, eso sí, le dije que no hiciera el camino más rápido, sino que diera un rodeo por si lleváramos a algún coche detrás. El taxista me miró con cara de asombro, supongo que son pocos los viajeros que le piden semejante cosa, pero asintió con la cabeza y puso el coche en marcha. Durante todo el trayecto no paré de mirar por los retrovisores en busca de una señal que me diera la razón, que me confirmara que no estoy loco, que todo esto está sucediendo y que algún día se lo podré demostrar a todos. Llegamos a la puerta del hotel, mientras un tipo enorme de color se acercó al taxi y abrió mi puerta para ayudarme a salir, me pregunto si esto lo hacen con todos los clientes o solo conmigo. Quiero pensar que es el protocolo del hotel, pero estoy casi seguro que detrás de todas estas atenciones hay un motivo oculto, ya que este hombre tan enorme no tenía ninguna pinta de portero, sino más bien de exmilitar o algo parecido. Me acerqué al mostrador de recepción y sin levantar la cabeza pedí una habitación a la chica que sonreía amablemente con una coleta rubia muy tirante mientras solicitaba mi identificación. Se la mostré, y me dijo que esperara un momento, que tenía que consultar algo, mientras se alejaba y preguntaba algo al director del hotel que me miraba fijamente a la vez que revisaba mi documentación. Acto seguido, me dijeron que me sentara, que tenían que comprobar si había alguna habitación disponible y vi como se metían en un cuarto que había tras la recepción dónde murmuraban algo en voz baja que no alcancé a oír. No sé cuánto tiempo pasó hasta que llegaron esos hombres y me redujeron con una agresividad similar a la que hubiera empleado la policía con un delincuente, pero ni ellos eran policías ni yo era un ladrón. Mientras me tenían contra el suelo me pusieron una de esas camisas blancas que se atan a la espalda. No entendí muy bien para qué hacían eso, yo soy un buen tipo, solo huí de aquel sitio porque querían matarme, pero no estoy loco, y algún día se darán cuenta. En ese momento sentí como algo puntiagudo como una aguja atravesaba mi brazo, y como un profundo sueño se apoderaba de mi, entonces cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.