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Dos horas antes de la cena - por Peter Walley

Me giré al escuchar sus pasos, y el movimiento brusco hizo que me estallase de dolor la sien allí donde me habían golpeado. Noté la sangre reseca en los labios, y palpé de nuevo con la lengua en hueco que había dejado el diente que me habían arrancado. Desde luego, la cosa pintaba mal, y maldito fuese el Chano por haberme metido en aquel jaleo. Últimamente andaba cada vez más colgado, y ya no estaba seguro de si me había hecho la cama a cambio de un poco de droga o si de tan colocado había mezclado todos los detalles. En cualquier caso, ni la casa en la que me había metido tenía caja fuerte, ni sus dueños estaban de vacaciones; o bien aquellos tipos se me habían adelantado y ahora iban a cubrir su rastro con el mío.

Miré en torno a mí en busca de algo que pudiese usar cuando entrasen en la habitación. Aquello era una especie de trastero, y supuse que me habían metido allí por ser la única habitación sin ventanas de toda la casa. Sólo una diminuta ventana en el techo permitía que entrase algo de luz en el cuarto. Seguía siendo de noche, por lo que no podía saber durante cuánto tiempo me había desmayado. Pero por mucho tiempo que estuviese allí no había nadie que fuese a inquietarse por mi ausencia; y menos aún el Chano, al que juré hacérselas pagar si conseguía salir con vida.

Me sorprendió que no me hubiesen atado, pero tras examinar el cuarto vi que no había allí nada de lo que pudiese servirme, apenas unas pocas cajas de cartón con sábanas y ropa manchada, ¿de sangre? Difícil decirlo con aquélla luz. Al examinar mis bolsillos, vi también que ya no estaban ni mi navaja ni las llaves ni por supuesto el móvil. Supuse que me lo habrían quitado todo cuando estaba sin conocimiento.

Me acerqué sigilosamente a la puerta, y pude escucharles discutir al otro lado. Una de las voces era grave y ronca, y probablemente pertenecía al gorila que me había derribado por la espalda; la otra era más aguda, con lo que me imaginé que correspondía al pequeñajo que me había estado apuntando con una pistola mientras recibía la paliza.

-Tenemos que esperar a ver qué quiere que hagamos-dijo el de la voz ronca-. Va a llegar de un momento a otro.

-Si nos presentamos con el marrón lo vamos a pagar nosotros, ¿es que no te das cuenta?-le contestó el otro-. De esta forma podemos presentarnos con el problema y la solución. Ya sabes lo que le hizo el otro día a Javi por no conseguir traerle a ninguna chica, hizo la ceremonia con él.

El otro tipo se quedó callado unos pocos segundos.

-Con nosotros no haría eso, siempre le hemos conseguido el material- pero se veía por su tono que no estaba muy convencido.

-Además, ¿qué otra cosa podemos hacer? En un par de horas empezarán a llegar todos los miembros, y no podemos dejar ningún testigo. Si no empezamos ya va a ser un desastre.

-Eso es verdad-contestó el gorila, lentamente.-Y así tocaríamos a más. Es sólo que…¿no tiene que hacerlo el maestro? ¿Y si luego no está purificada?

-No digas chorradas, la purificación la consigue el maestro con el ritual, no es necesario que haga también la parte del principio. Acuérdate de lo de Sevilla.

El grandullón suspiró.

-Está bien, vamos a ello.

Oí cómo giraban la llave en la cerradura. Por un momento pensé en agazaparme detrás de la puerta y lanzarme sobre ellos cuando entrasen, pero mientras me decidía entraron en el cuarto y retrocedí hasta dar con mi espalda con la pared. Se encendió la luz, y pude verles por primera vez con detalle. Se habían cambiado de ropa, y ahora en lugar de las túnicas con las que los había visto llevaban unos monos de trabajo. Aquello me inquietó todavía más.

El pequeño tenía de nuevo la pistola en sus manos, y me apuntaba al pecho con tranquilidad. Por su parte, el grandullón llevaba unas placas con forma de plancha, como las que se utilizan para dar descargas a los cerdos en las matanzas. Se dio cuenta de cómo las miraba y se encogió de hombros.

-Es importante que no estés tenso cuando lo hagamos, si no la carne luego está muy dura. Es lo mismo que con las terneras-dijo, mientras avanzaba hacia mí.

Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

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