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Ojos de Dolor - por Rubensation

El autor/a de este texto es menor de edad

Me giré al escuchar sus pasos. Rogus, el líder del grupo se acercó a mí. Detrás de él venían otros tres hombres. Me los presentó.

– Éstos son Throll, Jack y Oran – dijo Rogus, – Te ayudarán a hacer el trabajo que te encargué. Te recuerdo que tienes hasta el amanecer, si no…
– Yo me encargo – le respondí. – Tú tranquilo.
– Ya lo sabes. Te veo al amanecer en la plaza con lo que te pedí.

Me levanté de donde estaba sentado. Rogus dio media vuelta y se alejó. Los tres hombres eran muy altos, me sacaban más de una cabeza. Podían pasar de los dos metros. En fin, lo importante era cumplir el trabajo, así que comenzamos.

Caminé rápidamente por varias calles hasta que me detuve en un pequeño edificio habitacional. Era de cuatro plantas, y en cada planta había más o menos cuatro habitaciones. No pensé que fuera aquí.

– ¿Seguros que esta es la dirección correcta? – les pregunté a los tres individuos que caminaban detrás de mí como si fueran mi sombra.
– Sí, es aquí – contestó Throll, que era más alto que los tres.

Respiré profundo y entré. La noche era muy oscura, y en aquella zona de la ciudad la iluminación pública no era tan buena. Dentro, había mucho silencio. Probablemente se debía a que era más de medianoche.

– Número 303, tercer piso – dijo Throll. – No te tardes mucho.

Comencé a subir las escaleras hasta llegar al tercer piso. Ninguna habitación estaba encendida. Parecía como si no hubiera nadie en aquel piso. El pasillo era pequeño y cuadrangular. Las escaleras estaban en el extremo opuesto de las habitaciones. Dos de cada lado. El pasillo estaba vagamente decorado, apenas unos focos que no iluminaban. A mi derecha se encontraba la habitación 303. El corazón me latía fuertemente. Caminé lentamente hacia la puerta, pero algo dentro de mí se resistía a avanzar. Tal vez era miedo. No podía. Estuve parado frente a aquella puerta varios minutos.

Supe que fueron minutos porque los tres sujetos subieron pesadamente por las escaleras. Se veían molestos. Sentí más miedo, pero me forcé a ser valiente y abrí la puerta.

La habitación era sencilla. Una cama, una pequeña sala, la cocina y el baño. Sobre la cama yacía una mujer, de no más de veinticinco años de edad. Se había despertado cuando abrí la puerta. Miré sus ojos y vi miedo, no podría decir si era más que el mío. Pero tenía que hacerlo. Me acerqué a ella, quien inmediatamente retrocedió. Cuando me acerqué un poco más, me lanzó una almohada, pero erró y la atrapó Throll. Los tres habían entrado y caminaban hacia la chica, quien estaba ahora agachada recargada en la pared gimiendo. Los tres sujetos la tomaron y se la llevaron. Throll me hizo un ademán de seguirlo.

Estaba tan impactado con lo sucedido que al principio no reaccioné, no podía creer lo que estaba haciendo. Tenía que hacer algo. Tenía que salvar a la chica, pero, ¿cómo?
Rogus estaba recargado en la barandilla de la plaza cuando llegamos. La chica estaba todavía luchando por liberarse de los grandes y fuertes brazos de Throll, cosa que hacía sin éxito. Al escuchar nuestros pasos, Rogus se volvió.

– Buen trabajo vosotros cuatro – dijo con una sarcástica sonrisa en el rostro. – Dejen a la mujer en el suelo.

Throll obedeció y la muchacha cayó al suelo. Se levantó y pude ver un hilo de sangre correr por su cabeza. Trató de huir, pero Rogus la tomó y la golpeó tan fuerte que cayó de nuevo al suelo.

– Como recompensa por esto pueden hacer lo que quieran con esta mujer – dijo de nuevo Rogus sin quitar aquella terrible sonrisa sarcástica del rostro. – Yo ya he tenido mi parte. Después quiero verlos en mi despacho.

Los tres sujetos avanzaron hacia ella. Yo estaba parado, paralizado del miedo y la desesperación de no poder hacer nada. Los tres hombres eran tan grandes que ya no podía ver a la chica. Empezó a gritar. Eran gritos de dolor. Yo seguía ahí parado sudando, no podía moverme. Escuchaba aquellos fritos de horror. Caí al suelo, aterrado. Sólo podía ver a los tres sujetos agachados, rodeando a la mujer. Entonces, la vi al los ojos, y ella me vio a mí, aunque fueron unos instantes. El recuerdo de esos ojos llenos de dolor me atormentó tanto que cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

Fin

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