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El escritor - por Sonia Rico

Me giré al escuchar sus pasos. Por fin Marcos Mata, mi escritor favorito, había llegado al hotel. Hacía años que seguía su trayectoria pero nunca lo había visto en persona.
Mi primer conocimiento de él había llegado por casualidad. Fue en una tarde lluviosa, de hacía ya casi cuatro años, en la que no me quedó más remedio que entrar a una librería a resguardarme. Por supuesto, aproveché para curiosear y fue entonces cuando di con “La sonrisa del príncipe “, su primera novela. Nada más leer las primeras líneas de la contraportada aposté por ese autor, desconocido todavía, y poco a poco fui interesándome más por él, siguiendo las noticias sobre él que salían en los medios, su Facebook , su Twitter, comprando sus nuevas novelas y releyéndolas una y otra vez. Cada vez que las releía entendía más su visión del mundo. Poco a poco yo me fui sintiendo afín y me llevó a pensar que en la vida la distancia entre lo que llamamos normalidad y caos es, en realidad, muy pequeña, que son dos polos de un continuo. Esta idea veces desconcierta y hay personas que prefieren no pensar en ello, no les gusta tener la certeza de que es así. De repente un día de tu normalísima vida pasa algo y todo cambia, para bien o para mal. No nos gusta pensar que hay muchos factores que escapan a nuestro control.
Progresivamente, me fui sintiendo muy atraída por el escritor, por su persona, por todo lo que sonaba a él pero nunca me atreví a acudir a una presentación de sus libros, ni a ninguna conferencia que él diera. Supongo, que ahora que miro hacia atrás, prefería seguir teniendo en mi mente la imagen que me había ido construyendo de él, que era una imagen muy personal, que me satisfacía plenamente. Pero ¿acaso no es eso lo que hacemos cuando nos enamoramos? ¿construir una imagen de la persona a partir de varias imágenes, informaciones, citas y detalles que nos han gustado y, a partir de ahí, idealizarlo? Eso creo que hacemos, por eso tantas veces a la hora de la verdad, las relaciones se rompen cuando se convive y cuando se ve todo, lo bueno y lo malo.
Yo solía dedicar los domingos por la tarde a escribirle alguna carta a Marcos, que nunca enviaba. Durante la semana pensaba en él, en lo que le diría, en lo que comentaría con él sobre algún personaje, en lo que no me había gustado sobre alguno de sus libros…y así , hasta que el domingo le daba rienda suelta mediante papel y bolígrafo. Nunca expliqué nada de esto, ni que él ya formaba parte de mi vida, ni que le escribía en secreto, nada…sin embargo, me hacía muy feliz saber que una persona, que me había guiado mediante sus escritos a ser más lúcida, estaba en el mundo.
Por supuesto, fantaseaba con él, imaginaba que me invitaba a cenar, que viajábamos, conversaciones, escenas de intimidad, cócteles en la terraza de un hotel…todo tipo de escenas que me ayudaban a llenar mi vacío.
Llegó el día en que vi anunciada la presentación de su nueva novela “Espíritu de fango “ y me sentí muy tentada a asistir, sólo por verle. Finalmente, me pareció que había llegado el momento de actuar, por lo menos no sólo de verle y escucharle sino acercarme a él decirle que le admiraba y estrecharle la mano. No era mucho pedir, ni nada fuera de lo común. Así que conseguí saber cuándo llegaba a la ciudad y en qué hotel se alojaría.
Esperé pacientemente en el hall del hotel Condes de Barcelona, hasta que apareció. En ese momento estaba ensimismada pero en cuanto él llegó sentí su presencia antes de verle. Por fin, tan cerca de Marcos.
Entró con paso seguro, seguido por un chico que portaba su maleta, hasta la recepción. Marcos le miró con aire displicente y el chico se retiró. Una señora con un perro salchicha se sitúo detrás de él esperando su turno y el perro se acercó a Marcos, quizás demasiado, la reacción de Marcos fue darle una patada al animal que lo alejó un par de metros de su dueña. Ante las increpaciones de la señora Marcos la insultó de manera soez.
Sobrecogida por la situación reparé en sus pupilas y el color de su piel y deduje que estaba bebido. No me atreví a acercarme a él y preferí cerrar los ojos, incapaz de seguir mirando.

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