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El Carnicero - por Luis Macias

Web: http://escrituraheroica.blogspot.com/

El Carnicero

Me gire al escuchar sus pasos, ese hombre venia hacia mí con una larga Moto-sierra entre sus manos, vino corriendo muy satisfecho a liquidarme y mandar mi alma a los sueños más profundos, decidí echarme a correr por los alrededores de la granja, de seguro que si me tropezaba en ese momento, al caer este hombre me asesina.

Sin mirar hacia atrás, corrí, corrí, y corrí. Mis lágrimas se salen como lluvia del cielo, mi corazón late como reloj en sala de espera, mi aliento por su parte se entrecorta a la par de un ataque de asma, el sudor por mi frente corre sin cesar. Me siento atrapado en una caja pequeña al lado de una hiena salvaje, que quiere alimentarse de mí, para rellenar su estomago de mi propia sangre.

Mi pensamiento entre la vida y la muerte depende de lo veloz que corro y lo lento de ese horripilante ser que acaba de partir en dos a mi progenitora, la tomo por la espalda sin ella darse cuenta, con su mano agarro la cabeza y la golpeo macizamente contra la puerta de madera, allí fue cuando escucho mi gemido de llanto. Este hombre voltio, me miro fijamente con una sonrisa macabra entre sus labios y desde la ingle hacia la punta del cuello trituro en dos pedazos el cuerpo de una mujer, mi madre.
Ahora me encuentro solo sin saber dónde está el resto de mi familia, ¿Acaso estarán picoteados a la mitad? No quiero pensar en eso, pero es lo más probable. Mi larga envestida me trajo hasta detrás del viejo riachuelo en donde puedo observar cuando el carnicero desalmado se acerque y movilizar mis pies lo más rápido que pueda para que no me alcance. Estuve en este juego del gato y el ratón durante más de una hora, me dije a mi mismo: “Es hora de jugar al héroe.”

Me arrastre por el césped verdoso y calludo de las tierras de mi familia, hasta dirigirme hacia la vieja choza de carnicería donde allí se guardan las herramientas (Martillos, Hachas, incluso esta mi viejo Arco de flechas, que mi abuelo me obsequio cuando tenía alrededor de unos 12 años).
Llegue de frente hasta la vieja carnicera, abrí la puerta y el tiempo se detuvo a mí alrededor.

Observando de lado a lado me sentí en las mismas tinieblas, respirando el mismo aire de Satanás y escuchando sus alaridos de llanto, sumándoles un terrible desconsuelo. Allí encontré de frente a mí, al solo instante de abrir la puerta a mi hermano menor Cristian, colgado en forma de “Cristo “crucificado de ambas manos y pies, los cuales quedaron clavadas a la madera de la choza, siendo insertadas por metales calientes en sus extremidades. Voltee ala izquierda en el momento que pude, que reanime. Y les vi, a mis abuelos, las cabezas de mis viejos se encontraban dentro de una pecera, exhibiéndolas. Las convirtió en un trofeo para admirar a diario, de sus cuerpos ya solo quedaba la tempestad de sangre que cubría todo el piso. Un poso de sangre, un rio de sufrimiento.

Caí de rodillas al reaccionar,mis llantos eran los mismos que tienes cuando estas a punto de morir, en ese momento entendí que no quedaba nadie que ayude para enfrentar a este tosco de las tinieblas y pensé –Moriré al enfrentarle o ¿suicidarme es la opción a seguir?

Luego de pensar este par de tonterías, escuche que se acerca alguien de a poco, era seguro que era el desgraciado carnicero que viene a por mí, rebusque en las herramientas tomando así el arco, el estuche repleto de ballestas lo guinde a mis espaldas para facilitar el sacado de las flechas y me agache al rincón de frente a la puerta, para esperar disparar a su frente y liquidar al nada más entrar.

Sin hacer el mínimo suspiro dispare al momento que la puerta abrió, no pude observar quien era, estaba la resolana del sol brillando a su merced y no dejo ver si lo mate o no. Me asome en sigilo y lo vi, tirado en suelo repleto de tierra con una flecha incrustada en el ojo derecho, vestido de zapatos de cuero, encamisado de tono gris y su gorro vaquero. Era el sheriff del pueblo quien se hallaba muerto en mis tierras.
Quite la placa de su camisa, le guarde entre mis bolsillos, y la frustración unida a la condena apretó mi vida. Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando

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