Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Productos de mi mente - por Patricia Carrasco A.

El autor/a de este texto es menor de edad

Me gire al escuchar sus pasos, estaba el en la entrada de la habitación con su sonrisa de oreja a oreja y su cabello largo. Hasta los hombros que le daba un cierto aspecto femenino.
—Vete, déjame sola— le hable con voz firme.
—Querida Beatriz, sabes que no me puedo alejar de ti por que soy un producto de tu mente.
Mi esposo entro a la habitación con un expresión de miedo y sorpresa a la vez, me miro como si fuese un fantasma y se acercó con lentitud, ¿Qué le pasaba?
—No es que sea gay— hablaba el rubio— pero si fuera mujer me devoraría a tu esposo, pero ahora que lo pienso ¡puedo hacerlo!
Lo mire perpleja pero al instante su rostro comenzó a cambiar, sus rasgos masculinos tomaron finura, su cintura tomo forma y el cabello le creció terminando en total como una mujer, en realidad no cualquier mujer, era igual a mi.
— ¡Aléjate de el!— grite molesta y me lance sobre la rubia, empecé a pegarle aunque me aparto rápidamente, pero logre arañarle todo el rostro.
— ¿Qué es lo que te ocurre?— me grito, pero su voz sonó extraña, como la voz de mujer que tiene en conjunto con la voz de mi esposo.
Iba a decir algo pero en ese momento un terrible mareo me ataco aturdiéndome tanto que caí desplomada al suelo, la cabeza me daba vueltas y solo deseaba que todo acabara, quería volver a estar en paz.
—Despierta, Beatriz— me hablo una voz que no conocía.
En el momento en que logre abrir mis ojos vi a mi esposo con todo el rostro ensangrentado por los arañazos iguales a los que les había hecho al “producto de mi mente”.
— ¿Qué te paso?— le pregunte con un hilo de voz.
—Tú me lastimaste—respondió con voz severa.
—No, claro que no lo hice, yo me lance sobre…— mire alrededor buscándola pero no había nadie.
— ¿A quien?— pregunto mi esposo mientras me ayudaba a levantarme, aun me sentía muy débil.
La expresión de Stephen, mi marido, había cambiado de enojo preocupación, esto era el colmo, ¡no entendía nada!
La risa de aquella mujer sonó por toda la casa, me tape los oídos y grite para no oírla; el miedo me envolvió y desee estar lejos, que todo acabara.
Mi esposo mientras tanto trataba de calmarme pero no funcionaba, lo aparte e golpe, salí corriendo al patio y la vi junto a su forma masculina agarrados de la mano con aquella sonrisa de oreja a oreja que odiaba. Los escuchaba en mi cabeza: gritos, risas y llanto.
— ¿Por qué corres, Beatriz?— pregunto la mujer entre llanto.
— ¡Quédate con nosotros, no nos abandones!— grito el hombre en mi cabeza.
— ¡Haha, ella es una cobarde, haha!— rió la mujer.
—No, no lo soy— les hable con firmeza mientras trataba de calmarme.
Las voces de ellos en mi cabeza callaron y comenzaron hablar al unísono.
—Claro que lo eres, solo mira como desesperas por cualquier motivo, no quieres ayuda y te ahogas sola en tus preocupaciones y pesares. Tu locura nos ha creado, acéptalo
Cerré los ojos con fuerza tratando de acabar con esto, me decía que ellos no existían, no, no existían. Las voces en mi cabeza empezaron otra vez pero decidí vencerlos. Fueron callando lentamente, entre mas fuerza de voluntad le daba mas rápido de iban.
Hasta que desaparecieron totalmente.
Caí de rodillas, no había notado el frió que hacia, habite nieve por todas partes, tal vez podía dominar esto y acabarlo, si necesitare algo de ayuda, pero lo haré.
Entre a casa y busque a Stephen en la habitación mas no lo encontré allí, fui a la cocina y en ese trayecto, mientras caminaba por la mitad de la sala, vi a mis hijos junto a mi a través del espejo de la pared.
Asustada voltee a verles pero no había nadie, aun así podría verles por el espejo. Hablaban pero no les escuchaba, decidí acercarme al espejo y tocarlo, al instante sentí como si alguien me hubiese jalado desde el otro lado con fuerza.
Todo era oscuridad, el suelo en el que estaba era blando y tenia una camisa de fuerza que no me permitía moverme con libertad; de repente todo se ilumino, era una habitación acolchonada como la de los hospitales psiquiátricos. Ellos estaban a mis lados, sonriendo de oreja a oreja, baje la cabeza y cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.