Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Una travesura de aquellas - por Samantha

“Me giré al escuchar sus pasos”. No es la primera vez que me meto en líos. La abuela me va a matar en esta oportunidad será mejor si me escondo. Corro como loca escaleras arriba, tengo que encontrar en donde ocultarme. De seguro que me pondrá de castigo ¡Rayos! Y mañana es la fiesta de cumpleaños de mi amiga, seguro no me permitirá ir.
Aquí en el ático no me conseguirá, esperaré un buen rato a que se tranquilice; luego bajo, pido perdón y de seguro que no pasa de una buena regañada.
Respiro profundo, cierro los ojos y comienzo a rezar entre quejidos y lagrimas: “Dios, por favor que la abuela no se enoje mucho. Quiero ir al cumpleaños de mi amiga Laura, todos estarán allí; será la mejor fiesta del año, sus papás siempre le hacen fiestas originales y divertidas. No permitas que la abuela me castigue”.
Y así, llevo mucho rato, rezando y llorando; pidiendo un milagro. ¿Qué puedo hacer? Tengo nueve años y me la paso metiéndome en problemas. Mi nana Fe, dice que si pides de corazón, Dios te hace un milagro; pero creo que yo acabe con los que me tocan este año. A ver, sacaré cuentas. En enero me trepe en el árbol de mangos, aun cuando me lo prohibieron, caí como mango y me lastime; en febrero ¡Carambolas! Se escaparon los canarios, aunque culpe al gato en marzo salpique de pintura roja el vestido nuevo de mi madre; pero es que no comprenden que pintar con globos cargados de pintura es divertido; pero lo de abril fue pura coincidencia, solo quería regar las plantas de la jardinera del segundo piso, no vi a nuestros vecinos cuando pasaban para ir a la iglesia ¡Chispas! Ahora tengo prohibido ir a su casa y no podre comer las ricas galletas de coco que hace doña Rosa los viernes, aunque ella siempre se divierte con mis travesuras y ocurrencias, dice que soy muy lista; pero se las arregla para dármelas, solo que en mayo según dijo mi abuela, con un gesto y voz firme que rompí los limites cuando jugando a los indios y vaqueros con mis primos, lance una flecha quedando estampada en su frente, despertándola cuando dormía en la mecedora bajo el árbol, se levantó muy enojada pues se asustó; pero lo de ahora, lo de ahora… ¡Ay! ¿Qué voy a hacer? Juro que no fue intencional, tuve el mejor de los deseos, solo quería ayudar… Vi la cegadora de césped, pensé que podía colaborar, el día está muy caluroso de seguro que el jardinero apreciaría mi ayuda. Me subí, encendí esa diabólica maquina, y salí disparada sin poder controlar la fuerza con que agredió los rosales del jardín, grite con todas mis fuerzas; pero no se detenía, los rosales quedaron hechos añicos.
Abuela lleva años compitiendo con esos rosales, ganando el primer lugar por cuatro años de continuo, seguro que el castigo será gigantesco, ese no me lo despinta nadie. No escucho ruido, nadie vocifera mi nombre ¿Se habrán cansado de buscarme? O ¿Será que se le olvido a la abuela? Llevo mucho rato escondida, veo por la pequeña ventana que no brilla tanto el Sol. Mi estomago comienza a gruñir y a doler, tengo hambre voy a arriesgarme, saldré de mi escondite y con suerte podre regresar sin ser vista. Fisgoneo por la puerta entre abierta de la cocina, sobre la mesa hay un plato con galletas de chispas de chocolates, tomo una, muerdo y pienso en un vaso con leche blanca, abro la nevera cuando de pronto siento como una mano me toma del cuello de mi blusa, el corazón me da un salto y escucho la voz de mi nana Fe:
— Te volviste a meter en problemas, esta vez fuiste demasiado lejos.
Mi abuela me esperaba al salir de la cocina con los brazos cruzados y una cara de pocos amigos.
— Ya era hora de que salieras de tu escondite. Tú y yo, jovencita, vamos a conversar sobre lo que hiciste. Me debes una explicación.
Pienso angustiada: estoy condenada, no tengo salida; esperaré, a que mi verdugo ejecute su sentencia sobre mí. Dicen que soy dramática; pero no hay otra manera de cómo enfrentar lo que me espera ¡Diantres! La correa del abuelo enroscada espera propinarme una buena paliza, hago un gesto de dolor; anticipándome a lo que sentiré y es por ello que prefiero no ver “Cierro los ojos, incapaz de seguir mirando”.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.