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El regalo - por Expósito

Me giré al escuchar sus pasos y corrí a resguardarme en mi escondite, rezando por que no me encontrase. No lo hizo. Pasó de largo, ignorando mi acelerada y asmática respiración. Aún así, la pesadilla no había terminado.
Todo comenzó cuando un grupo de estudiantes me recibió con una cruel novatada. Mi llegada coincidió con una disección de órganos de cordero en el laboratorio. Acabé el día apestando a casquería, con restos de vísceras en el pelo y deseando los poderes que la archiconocida Carrie White.
Aquella fue la primera de una larga lista de bromas pesadas, lo que provocó que desconfiara de todo mi entorno. Hasta que le conocí.
Su nombre era Eric Klebold y llegó a mí como un héroe, defendiéndome de una manada de acosadores. Aún recuerdo cuando me cogió la mano y mostró su sonrisa de ángel por primera vez.

-Nunca volverán a molestarte. Prometo regalarte la paz que ellos te negaron.

Con la presencia de Eric mis temores desaparecieron y nunca volví a temblar ante la idea de volver a clase. Ahora anhelaba el momento de reencontrarme con él. Por supuesto, aquellos matones de segunda seguían molestándome, pero ya no le daba tanta importancia. Cuando la situación se volvía demasiado dura, tenía el hombro de Eric para llorar.
Finalmente, llegó el día.
Eric y yo solíamos ir juntos a clase, pero esa mañana no apareció. Al verme sola recuperé mis antiguos miedos e intuí que algo malo sucedería.
Tras el descanso, resonó un estallido por todo el edificio. Volvió a repetirse tres veces más y comenzó la histeria. Todos corrían rumbo a la salida, pero estaba bloqueada y no eran capaces de abrirla por mucha fuerza que usaran. Únicamente se escuchaba una marea de gritos de auxilio.
Sin entender lo que sucedía, salí del aula junto a mis compañeros y pude ver a otros alumnos huyendo, al igual que los animales corren en la dirección opuesta al fuego. Caminé por el pasillo que imaginé más seguro, con las piernas temblorosas y el corazón a punto de reventar. Según me iba aproximando a la esquina más cercana, y como si se tratara de un milagro, la imagen de Eric pasó frente a mis ojos. Le llamé con todas mis fuerzas, pero la respuesta que recibí fueron dos nuevas detonaciones acompañadas de sus respectivos fogonazos. Tragué saliva y corrí en busca de mi caballero de brillante armadura. No tardé en encontrarle, aunque su armadura no emitía ningún destello. Vestía chaleco antibalas negro, acompañado de un variado arsenal de armas de fuego. Una vez descubrió mi presencia, me dedicó una de sus angelicales sonrisas – que en ese contexto parecía más propia de demonios – y ajustició frente a mí a uno de mis acosadores.
Escapé en dirección opuesta y me parapeté bajo un pupitre, esperando que pasara de largo. Lo hizo, ignorando mi acelerada y asmática respiración. Cuando creí estar a salvo, me incorporé e hice gala de mi torpeza. Al apoyarme en la mesa, una grapadora cayó al suelo e hizo un ruido seco similar a los disparos. Eric no tardó en responder. Apareció como un depredador y me agarró del brazo, tirando de mí con fuerza. Me arrastró a trompicones hacia la biblioteca y me lanzó junto a un grupo de prisioneros, que descansaba frente a un montón de cadáveres.

-Aquí tienes el regalo que te prometí. No volverán a molestarte.
Sentí ganas de vomitar al recibir el dulzón aroma de la sangre. Eric se sorprendió de mi reacción y pareció decepcionado.

-¿No te gusta mi regalo? – dijo.

Negué con la cabeza, asustada por su impredecible reacción. Parecía que rompería a llorar, al igual que un recién nacido. Se acercó el arma a la sien y el tiempo se detuvo. Algunos rehenes gritaros e intentaron detenerle con palabras, mientras yo le observaba en estado de shock. Debimos parecer estúpidos, pues nunca intentó suicidarse. Se rascó la cabeza con la punta del cañón y volvió a apuntarnos.

-Me esforzaré para que te guste.

Apretó el gatillo. Uno, dos, tres… todos murieron menos yo, aunque deseé hacerlo. Volvió a sonreírme y preguntó una vez más.

-¿Te gusta ahora?

He de admitir que siempre tuve miedo del daño que pudieran hacerme, pero nunca de decir la verdad. Repetí mi negación y él me apuntó a la frente, como si quisiera castigarme por una supuesta traición. Aceptando que moriría a manos del ángel que amé, recordé los sucesos que me trajeron hasta aquí y cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

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1 comentario

  1. 1. Enrique dice:

    Me ha gustado mucho la historia y la forma de contarla, sigue así.

    Escrito el 29 mayo 2013 a las 21:39

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