Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Lo que la noche se llevó - por Florence G.

Me giré al escuchar sus pasos; no podía creer que un pequeño cuerpecito, fuera capaz de hacer crujir la madera de esa manera, la niña sin duda poseía determinación; esa que a mí me faltaba como madre.
—¡Mami, mami! —me grito Maddison, después se tiró a mis brazos, estaba bañada en sudor.
—¿Qué pasa Maddie? ¿Pesadillas otra vez? —la interrogue, tratando de saber que la tenía tan abstraída.
—No Mami, pesadillas no… es que Annie no me deja dormir, dice que debo jugar siempre; pero ya me canse de correr mami, solo quiero ir a dormir ¿Le puedes decir, a Annie que me deje dormir, mami?
Une escalofrío terrible recorrió mi espalda. Desde que nos mudamos a esta casa, Maddie no ha parado de nombrar a Annie, el psicólogo nos dijo, que no nos preocupáramos, era normal que los niños menores de seis años jugaran a tener amigos imaginarios.
La niña jugaba por el jardín llamando a Annie, me hacía que en la cena le sirviéramos otro plato, y que le preguntáramos a su amiga como había pasado el día. Pensamos que era normal, que solo estábamos jugando. Ahora estoy un poco asustada, creo que el juego se ha salido de control.
Hay noches en que se escucha crujir la madera cuando todos estamos acostados, algunas veces me levanto pensado que mi hija se ha vuelto a despertar, pero cuando voy me la encuentro profundamente dormida. Siento que alguien me observa desde el armario, pero no me atrevo ni siquiera a voltear, quien quiera que sea, estoy segura que puede escuchar la taquicardia provocada por el miedo.
Alex ha tenido que salir a un viaje urgente de trabajo, le rogué que nos llevara; pero le era imposible conseguir los boletos de avión para Maddie y para mí en tan poco tiempo. Además dice que me estoy comportando como una chiquilla asustada.
—Vale, Magda, pero qué la madre, aquí, eres tú. Deberías tener más determinación, ve a tu hija, es mucho más segura que tú y solo tiene cuatro años.
Se despidió de nosotras y se fue rumbo al aeropuerto, la primera noche le dije a Maddie que dormiríamos juntas en mi habitación, no pude apagar la luz, la oscuridad me provoca un miedo apabullante, en medio de todo aquel silencio, sentía que en cualquier momento los fantasmas que la habitaba iban a salir de su escondite.
Jamás en mi vida, había pasado noches tan largas, como las que tuve en esta casa. El segundo día, me desperté temprano ya había amanecido, eso tranquilizo mis nervios. El día me daba la esperanza: estaba segura; la noche me atrapaba, hacía que perdiera toda cordura, y en cada instante me recordaba que yo era la madre, si algo pasaba me tocaba a mí proteger a Maddie.
Al medio día mientras trataba de hacer que Maddie comiera, comenzó a caer una brisa fina sobre el campo. A mí las tormentas me dan mucho miedo, pero a Maddie parece que le encantan, le gusta observarla desde su ventana.
—Mami, parece que hoy va a ver una tormenta, las nubecitas se han puesto negras.
—Si Maddie, eso parece.
Cuando voltee al cielo, eran las nubes más grises que había visto en mi vida como si trataran de advertirme lo terrible que podía ser esa noche. Baje al primer en busca de velas y cerillas, que compramos para esas ocasiones en que las tormentas nos dejaban a oscuras. Tenía un miedo terrible Alejandro no estaba en casa para protegernos.
A las ocho de la noche, el sol ya no existía; solo había oscuridad y unos rayos azul eléctricos que iluminaba el cielo de vez en cuando, de repente un sonido sordo hizo estallar, la luz se fue con el sonido dejándonos en plena oscuridad.
—Maddi, ¿Dónde estás? —grite nerviosa, sin encontrar las velas y las cerillas. Sentí una manita fría que me tocaba el brazo, y sentí tranquilidad.
—Bien Maddie no te muevas voy a prender la vela, vale, querida.
Al primer rasgo de luz observe, la niña que permanecía a mi lado no era Maddie, no eran sus rizos cobrizos los que le cubrían la cara, sus ojos miel habían desaparecido: era Annie. Esa niña no era mi Maddie: se la habían llevado; ella sonreía, como si supiera que me habían ganado la batalla, cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.