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Una foto, dos calles y tres luces - por Edgardo Hernández

El autor/a de este texto es menor de edad

Me giré al escuchar sus pasos, y es que, ¿qué iba a hacer? Más que no mirar. Más que quedarme inmóvil por la eternidad dentro del eco de sus tacones, el quejido de la madera anciana, la bisagra chirriante, los últimos suspiros, el alcohol en aquel entrañable recuerdo de la fotografía tomada por algún extraño, dónde nosotros éramos los invitados violadores de la pictórica escena de glaciar.
La bajada, una tremebunda barranca abajo y una navidad en julio me hicieron percibir el paisaje frente a mí. Estaba violado y blandía tan solo unas agujas inocentes. Casi con desdén la aprecié tratando de encenderla en llamas.
Pero allí estaba, inmóvil y pútrido frente a aquella ventana espolvoreada de marrones trazos del aire mirando la primera calle, a simple vista, amor, a simple viste te amo. Me abalancé contra la puerta para no presenciarte bajo la tenue luz blanca. Y, Dios solo sabe cuántas ganas tenía de incendiarte.
Era una fina luz verde la que danzaba entre los coches al pasar y las sombras que se movían adentro de casa. La vida en movimiento es tan repugnante, como el mismísimo organismo que has dejado funcionando en la casa. Aquel peculiar mono que se esconde y me asusta. Y vuela casi como cuando estábamos sentados en el piano y eran las tres de la mañana y aun estamos cantando. ¿Sabes lo mucho que significas para mí?
Pero ahora, en la tercera luz, está la segunda calle y la única foto. Nuestra foto, algo rasguñada por tu monito que seguramente yace en alguna alacena, aguardando a que me recupere de esta alergia en mi tacto e invada mis pupilas gimiendo.
Hoy me pregunté porque la casona era de madera. Porque cuando trajiste al mono, lo quería tanto y ahora cada vez que aparece, le lanzo una galleta (Que guardo siempre, por las dudas, vio). Ese frenetismo que me hace latir el corazón y que cada tanto corretea sobre el piano.
¿Cómo podría no recordarlo? Si amas la miel, como tus ojos ámbar. ¿Qué? Si, claro que sí. También le traje algunos a Fito.
Y ahí está el loco de la casa verde, ¿viste Amelia? Siempre con su escopeta de acá, para allá. Igual, a mí me da más miedo el de al lado, ¿me pasarías el azúcar, Rosa? Gracias. Yo escucho todo el tiempo un terremoto, como si pasara un tren, a veces ese mono amarillo que tiene sale por la chimenea. Lo veo romper cosas, y desde que te fuiste, en la otra calle la luz azul no está más. La que más te gustaba, la que más solías apreciar. Solías decir que le daba un toque especial a este barrio cansado.
He buscado por toda la casa, he intentado reconciliarme con Fito, he tratado de tararear aquella melodía que solía gustarte. Ya no me queda mas que silencio.
Bueno, excepto cuando abro la cajita musical que has olvidado. Que está esta bailarina de cristal que se parece a ti. Y me enfermo los oídos y mis labios besando esa madera que en cierta manera se burla de mí.
Pero es que, ahora hay un tren dentro del cuarto de juegos. Hay una manada de elefantes en la cocina y Fito ha usurpado nuestra habitación.
Hace cincuenta segundos, que estoy encerrado en la caja de cristal, bailando contigo, así que cerré los ojos. Incapaz, de seguir mirando.

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