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Sombra picasiana - por Martina

Sombra Picasiana.

Me giré al escuchar sus pasos. La oscuridad engullía el camino solitario y no pude ver dónde se agazapaba su silueta esbelta. Entre las sombras picasianas, vi el brillo de sus ojos amarillos. Apreté el paso procurando no mirar hacia atrás, convencida de que la sorpresa inicial lo mantuviera inmóvil. No fue así y debí preverlo. Aunque había compartido con él nueve años de risas y juegos, me vi obligada a realizar aquel acto cobarde. El ruido de mis tacones sobre el camino asfaltado a orillas del río me delataba, y el barro dibujaba mis pasos.
No eran más de las nueve pero la canalización estaba desierta aquella noche invernal, lo cual era perfecto para mi perverso plan. Habían pasado más de diez minutos desde que lo dejé con la mirada perdida e inquieto por la novedosa situación en la que se hallaba. Pensé que su instintiva curiosidad lo alejaría de mí y con esa ventaja corrí hacia la salida para reencontrarme con el mundanal tráfico, con las luces de la ciudad que amarilleaban la neblina que flotaba en la atmósfera.
De pronto, se me hizo un nudo en la garganta. La angustia se apoderó de mi pecho. Me asaltaron recuerdos recientes de él: el tacto de su pelo, su mirada amarilla, su elegante porte…
Me sentí ruin, la persona más cobarde y despreciable del mundo, pero Jacobo no quería tenerlo y su ultimátum me obligó a actuar en contra de mis principios.
Oí un ruido casi imperceptible. Era él. Se escondía entre los matorrales que bebían de las aguas contaminadas del río. Me paré con el corazón acelerado. Esperé y fue cuando lamente no haber ido a ejecutar mi cobarde plan sin calzado deportivo. Él creyó que era un juego más, sin embargo, yo no descartaba su intuición felina.
Rogué para que alguien se apiadara de él y le diera un hogar.
Me hallaba a pocos metros de la salida y volví a sopesar los pros y los contras de mi decisión.
Súbitamente, se colocó de un salto ante mí. Sólo rompía el silencio el tintinear de mis pulseras de colores. Sentí frío, un gélido frío que se colaba entre mis huesos. Su mirada me pereció un severo reproche, como si supiera que lo estaba abandonando. Continué mi camino. Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

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