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SEGUNDOS - por Elodea

Me giré al escuchar sus pasos. Antes de verlos, incluso, supe que eran más de una persona, por el ruido que hacían al caminar, normal en una noche de excesos como aquella. A duras penas, entraron en aquella habitación que hacía de paso entre la calle y los baños, sin soltarse de la mano. No puedo asegurarlo, pero parecían enfadados el uno con el otro, como si llevaran mucho tiempo discutiendo.
Como siempre ocurre, el servicio de caballeros estaba desierto, mientras que en el de señoras, más al fondo, hacíamos cola más de una docena de féminas. Yo cruzaba ya las piernas y contenía la respiración en un último intento de aguantar, en el último lugar de aquella interminable fila. Sin dejar de mirar la escena, que los dos desconocidos, o no tanto, estaban representando en aquel momento.
De repente, el hombre alzó la mirada y la fijó en mi, sin soltar la mano de su atractiva acompañante. Sin separar la mirada de mis ojos, se acercó, buscando la mía y consiguiéndolo al final. Sus ojos oscuros se pegaron, en la distancia, a mis ojos oscuros haciendo estremecerse cada extremidad de mi cuerpo. Mi respiración se hizo más intensa, más rápida y más profunda; de repente era como si mi estómago formara parte también de mi sistema respiratorio y se dilatara y contrayera con cada inspiración o expiración. Sin poder evitarlo, mis ojos recorrieron su cuerpo, como única posibilidad de acariciar cada poro de su piel, de arriba hacia abajo, despacio. Y nuevamente, de abajo, hacia arriba, terminando en su cabello negro, tupido y deteniéndome en sus ojos una y otra vez, que seguían mirando los míos como si quisieran traspasar mi cuerpo y cruzar al otro lado, a ese lado secreto que toda mujer esconde tras la aparente ventana de sus ojos. Fueron unos segundos apenas, aunque en mi vida representaran una preciosa eternidad.
Una presión en mi mano, me hizo salir de aquel trance en el que me sumí esos preciados segundos. Mi amiga tiraba de mi en dirección contraria al desconocido, -nos toca ya- escuché. Asentí con la cara triste y volví la mirada un instante más, él continuaba ahí, aún recorría con sus ojos oscuros mis piernas, mis caderas, mis pechos, de nuevo mis ojos y de nuevo se encontraron con los míos. También de su brazo tiraban ya en dirección opuesta a mí.
Bajé la mirada y seguí adelante, ya no recordaba por qué estaba allí pero seguí caminando, mis ojos querían mirar atrás de nuevo, como si fueran adictos ya a esa mirada de ojos oscuros y miraron. Apunto de salir por la misma puerta por la que segundos antes había irrumpido, volvió la vista atrás, como si solamente mi mirada le sirviera de reclamo a la suya, como si mis ojos emitieran algún tipo de señal química o quizás sonora que hicieran dirigir los suyos a los mios.
Cerré los ojos, incapaz de seguir mirando.

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