RetoLiterautas Nº 14 (1 de abril, 2020)

La propuesta para hoy es escribir un relato cuyo protagonista sea una persona que odia su trabajo.

Ejercicio de escritura Reto Literautas 14

La propuesta para hoy es escribir un relato cuyo protagonista sea una persona que odia su trabajo. Como recomendación, o reto extra: te proponemos que tu texto tenga una extensión máxima de cien palabras. Así trabajamos un poco más el microrrelato.

Al contrario que con el taller de escritura, aquí no hay hora de entrega máxima, podéis publicarlo cuando queráis.

Puedes dejar tu texto como comentario a las entradas de este post. ¡Feliz escritura!

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Comentarios (21):

Amilcar Barça

01/04/2020 a las 09:53

Puestos a elegir, me pido el pitufo Gruñón.

laMorci

01/04/2020 a las 11:36

No pasa el tiempo. Por más que mire el reloj, los segundos pasan muy lentos… Observo el lento movimiento de la aguja y me concentro en su tic-tac odioso y penetrante. Son las tres menos diez. Parece que las agujas se ríen de mi. No quiero pasar ni un minuto más aquí dentro. Este trabajo está acabando conmigo. No lo soporto. Necesito dinero para huir, pero no así. Esto no puede acabar bien. Sigo mirando el reloj mientras lágrimas de dolor y rabia recorren mi rostro al ritmo de las embestidas de mi cliente.

El chaval

01/04/2020 a las 12:36

CON SABOR

El coronavirus está poniendo a prueba a personas que con dedicación colaboran en el arraigo total de la pandemia.

Por otra parte, hay otras, que aunque no sean servidores de esta categoría, ponen su empresa al servicio de la causa.
Una de ellas ha decidido fabricar mascarillas, y hacerlas con el producto PET que emplea para el envasado de las pizzas.

Y aquí es, donde un trabajador odia este trabajo, porque un encargado –está loco—que actúa por su cuenta, además de hacerlas tiene que poner a las mascarillas un sabor a chorizo o longaniza.

María Jesús

01/04/2020 a las 14:38

Cada día se enfundaba su mono de trabajo del servicio de limpieza, con una desgana que ennegrecía su alma,por lo poco agradecido que era. Y mira por donde ahora, cada vez que salía a la calle, los pocos transeúntes con quienes se cruzaba le aplaudían. Paradojas de la vida.

Amilcar Barça

01/04/2020 a las 15:37

Menos trabajar e ir a escuela, mándeme usté lo que quiera.

El que no trabaja de pollinejo, lo hace de burro viejo.

Para trabajar de balde, todos los días tengo amo.

En esta tierra cuca, el que no trabaja, no manduca.

Le pego un tiro al trabajo viva la gandulería, la noche para salir de juerga… y para descansar el día

Abenil

01/04/2020 a las 16:21

Vivir viviendo de verdad:

Cuando digo que soy actriz y encima tengo el privilegio de vivir de la actuación, nadie sospecha que detesto mi trabajo. Como ya lo sé, finjo con total naturalidad propia de mi oficio y dejo que me empapen de su alegría. A ver si me contagio. No sé si podría explicarlo… ser buena actriz implica una conexión real para lograr entregarme en alma a las emociones ¿saben lo terrible que es sentir, en esta era tan egoísta? Y es que se necesita observar el mundo para interpretarlo y … el mundo está hecho una mierda.

Mònica

01/04/2020 a las 16:30

Un día más estoy aquí sentada delante de mi ordenador gestionando las llamadas entrantes, realizando ofertas, presupuestos, facturas, reclamaciones, distribuyendo tareas para el resto del personal de la empresa, recepcionando material de las agencias de transporte… Hoy sí, estoy decida. Me levanto, entro al despacho de mi superior y por primera vez después de 20 años le digo: Carlos hoy por hoy odio mi trabajo. El me mira fijamente sorprendido y me dice: ¿Decías? Me he vuelto frágil, estoy temblando, debo ser fuerte y explicarle porque me siento así. Hoy ya no va a ser nunca más un día más

Yuliani

01/04/2020 a las 18:49

EL TRABAJO

Había soportado tanto, ser mujer y trabajar con un degenerado que se aprovecha no era sencillo: me tocó sin permiso, me obligó a algo que no queria. No debi aceptar este trabajo, pero caí en la avaricia solo me fijé en la ganacias y no en mi comodidad, un grande error, uno que no volveré a cometer. Pero ya no importa, lo soporte demaciado y explote, le parti una botella de vino en la cabeza cuando arrastas me llevó a su cama y se reía, pero como es la vida, ahora yo me rio mientras lo llevó arrastras al río.

Manuel, a secas.

01/04/2020 a las 18:57

A veces,
al terminar la jornada,
al doblar la esquina,
al encender el cigarro,
al activar el cerebro,
pienso.

A veces,
al sonar la alarma,
al lavarme la cara,
al encender el coche,
al ver el amanecer,
lloro.

Alijo al hambre sensible,
alimento al ser intangible.

Helenus

01/04/2020 a las 21:48

Nicanor estaba notablemente frustrado. Se consolaba en su imaginación, soñando el alcance de sus posibilidades, mientras en la realidad se debatía con la desesperanza que produce ver el tiempo pasar y no cumplir sus sueños. Alberto su compañero y amigo, dos años más joven que él, era propietario y conductor del camión.
Conozco el trabajo que quiero y cómo lo quiero, pensaba, puedo sacarme el carné de conducir, hablar con la empresa, pedir un crédito, comprar un camión a plazos.
Pero llegaba la tarde, sus amigos le esperaban, la rueda giraba y no podía romper el círculo de sus hábitos.

elvocito

01/04/2020 a las 22:00

Así era tan humano…

Un chico iluso y con sueños de grandeza, era Alex en el periodo de la adolescencia. Estaba estudiando en la Academia de Delineante, tras unos pocos años consiguió matricularse en las Escuelas Profesionales de Formación en el Dibujo Técnico Mecánico. Pero la vocación a sacerdote, aunque dudosa le carcomió por dentro. Hasta que la resistencia se desplomó y abandonó el Seminario a medio de terminar, no se presento a la examen final. Buscaba un trabajo digno del que ya se formó, pero no. Sino uno que le disgustaba, el de embalajes y etiquetados. ¡Monótono, eh!

Juan Pablo Triana Aguirre

01/04/2020 a las 22:10

Edgar ya casi volvía a casa, sabía que en quince minutos estaría disfrutando el tiempo con su familia, al ritmo de un bolero. Hubo un pensamiento atravesado en la avenida, sintió que desearía tener mas tiempo para estar con sus hijos, entristecido, continuo su camino pensando en las largas horas entre tuercas, tornillos y fierros sucios, pensó en sus manos engrasadas, y en dolor de su encorvada espalda. Su ánimo decaía con cada paso que daba, decidió sentarse un momento y retrasar su llegada al hogar. Hoy Edgar completa tres años sentado sin trabajo, sin hogar, sin prisa, sin esperanza.

YAYI

01/04/2020 a las 22:11

Cada día, sí, cada día tras la comida venía el fregadero. Mientras los hombres tomaban su café, yo, la esposa y madre me colocaba los guantes,enjabonaba y lavaba el menaje de todos.
Cuando la cocina brillaba como los chorros del oro, me sentaba a la mesa vacía, sola y malhumorada.
Y cada día me decía:-“Se acabó. Hoy es el último día que lavo”
Y, sí, se acabó. Ahora lava una máquina cada noche mientras se toman un cacao caliente en un cafetería.

Yubany Checo

02/04/2020 a las 00:04

Quise trabajar lo que papa. Llegaba con su toga y la colocaba junto al libro. Lo consultaba cada vez que le preguntaba sobre algún país lejano.
Una vez me pregunto si me gustaría viajar. No supe que decirle. Debes tener un buen trabajo para poder pagártelos, me dijo.
Durante mis vacaciones papa me llevo a conocer su trabajo. Me senté en uno de los últimos bancos. Lo escuche hablar con nunca. Parecía alguien completamente diferente. Pedía la muerte para un hombre que ocupaba el primer banco del salón. Lo logro y yo nunca más le pregunte por ningún país.

MARÍA LUCRECIA

02/04/2020 a las 01:41

Yo quería ser abogado pero en aquella época, las señoritas no íbamos a la universidad y después de insistir año tras año, mis padres me permitieron matricularme en la facultad que quedaba enfrente a mi casa. -Tan solo porque únicamente tienes que atravesar la calle- me decían te vamos a dar permiso. Así fue como llegué a convertirme en lo que hoy soy. Un administrador de empresas que ha alcanzado el éxito. Ni yo mismo sé cómo, pues nunca me gustaron las matemáticas ni el compendio de cosas que tuve que estudiar. La verdad, detesto que me den premios por los grandes logros obtenidos. Pero bueno, hoy dejo todo esto y empiezo a estudiar derecho.

Sebas A

02/04/2020 a las 05:31

Qué paradoja del destino ser simultáneamente exitoso y desgraciado. ¿No es al éxito al que todos aspiran? Eso me pregunto mientras veo acumularse los pedidos de nuevos clientes para que atienda su caso. ¿Pues, no saben que los detesto? Me interrumpe mi secretaria, para recordarme de mi próxima reunión. Con una fingida amabilidad le agradezco y me dispongo a padecer solo un tiempo más. Luego volveré a casa y me dispondré a vivir.

Vinicio Martínez

02/04/2020 a las 23:21

Para “crecer” decidí adquirir varias cosas… el esfuerzo era mayor.
Casi no la veía mucho y a pesar del esfuerzo que hacía… Para ella ya no valía, la veía los domingos.
Un lunes por la mañana la producción se paró, nos enviaron a casa, ese día fui por rosas para ella… Cuándo llegué, no estaba sola… Recuerdo que dijo: “El tiempo ya no es nuestro y lo nuestro se consumió hace tiempo”.
Odiaba el trabajo y cada turno extra que había tomado por ella… Me había olvidado de mi mismo…

Andrea

15/04/2020 a las 09:02

«7 días»

Clara frotó la bayeta contra el mármol del mostrador con insistencia. La mancha resistió.

Intentó acabar con el incrustado pegotemediante el espray de limpieza. Esta vez, lo consiguió. De no haber estado en un lugar público habría hecho un baile de la victoria.

—Marina.

Reprimió un escalofrío ante la voz de su jefe.
Se giró y se esforzó para no mirar la gigantesca verruga que tenía en la punta de la nariz, acorde a su personalidad de brujo.

—Ahora limpia el baño.

Marina asintió con pesar.

—«Sólo una semana» —pensó— «Y adiós a esta mierda de trabajo.»

Perla preciosa

27/05/2020 a las 14:15

UN JUICIO PECULIAR

Nuria se hallaba sentada en su oficina portátil, esperando que cualquier clienta o cliente viniera a comprarle suerte para su mañana. Mientras tanto leía uno de esos maravillosos libros que tanto le gustaban y que le servían, además de para matar el tiempo perdido en vano, para llenar el vacío interior que le causaba realizar un trabajo ingrato para su ánimo, y a su juicio, indeseable para cualquiera, por la forma y por el contenido, que no la llenaba en absoluto y que le hacía sentirse bastante menos que persona.
—Dame una tira, guapa, y mírame si este cupón está premiado.
—No tiene nada –le contestó Nuria, tras pasarlo por la máquina y entregarle la tira solicitada.
—¿Por qué no tienes la lista puesta, maja? ¿No ves que así la gente no sabe qué número ha salido?
—Está delante de usted.
—No, aquí no hay nada más que los cupones.
—Si la busca bien la encontrará, señor. No puedo decirle otra cosa.
—¿Qué número salió ayer?
—Terminó en 46.
—¿Y todos los días toca?
—Casi seguro.
—Alguno habrá que no toque, ¿No? Yo no oigo a nadie decir cada día que le han tocado los ciegos.
—La gente no suele contar su vida en público, señor.
—Y esa máquina, ¿no se equivoca nunca?
—¿Nos puede dejar pasar, por favor, que llevamos casi cinco minutos esperando?
Clientes como éste tenía que aguantar Nuria un día tras otro, sin llevarse ninguna satisfacción personal.
—¿Vienes a desayunar, Nuri? –le preguntaron Eluana y Corrado, compañeros con los que solía desayunar todos los días, o al menos, tomar el café de media mañana.
Se levantó, cerró la ventanilla y, tras colocar el cartel de “Vuelvo enseguida”, se marchó a desayunar.
—Tengo que hablar contigo a solas, Eluana. Esto me tiene muy quemada. No puedo más.
—¿Por qué? ¿No te van a renovar el contrato quizá?
—¡Si sólo fuera eso…! No sé si me lo renovarán, pero estoy muy harta. Ven a comer este sábado a mi casa y te cuento.
—De todas formas, las empresas es lo que tienen: como no produzcas lo que consideren necesario, estás perdida –observó Corrado.
—Pero podrían ser más consideradas con las personas que tienen alguna discapacidad. ¿Cómo pretenden que compitan en igualdad de condiciones, si no tienen los mismos recursos personales –decía Eluana.
—Estamos de acuerdo.
—¡Eso debería ser denunciable! Os presionan una barbaridad, ¿verdad, guapa?
Ante la pregunta de su amiga, Nuria asintió.
—Y nos obligan a cometer todo tipo de actitudes caníbales hacia los compañeros, desde las más finas hasta las más soeces, por un mísero cupón.
—¿Como cuáles? –preguntó Corrado con curiosidad.
—Comerse entre ellos, vean o no; robarse la clientela unos a otros y competir por un mismo punto de venta con favores deshonestos a los jefes, entre otras cosas –contestó Eluana adelantándose a su amiga.
—Chicas, que se os enfría el café y se os hace tarde –observó Corrado.
Todos volvieron a su trabajo.
Al día siguiente, cuando volvió al quiosco de mañana para empezar su jornada, lo encontró ocupado por un compañero. Sin discutir ni pensárselo dos veces, llamó por teléfono al inspector de ventas.
—Miguel, me han quitado el quiosco, ¿por qué?
—No es verdad. ¿Quién te lo va a quitar, me quieres decir? ¡El caso es llamar la atención de alguna manera!
—Ven a verlo, y si miento, me haces lo que te dé la gana.
¡Esto era lo que más le fastidiaba: que le negaran lo que estaba observando con sus propios ojos!
—¿Tengo razón o no? –le preguntó a Miguel cuando llegó.
—Tu problema, Nuria, es que no tienes responsabilidad en el trabajo ni sentido del concepto empresarial. ¡Estás robando dinero a la institución, y eso no se puede consentir! ¡La empresa no puede perder dinero porque no seas capaz de dar un paso para vender un poco más! ¡Que sepas que, desde hoy, estás despedida!
—Yo hago lo que puedo, Miguel. Si la gente no quiere comprar por las razones que sea, no se la puede obligar.
—¡Tu deber es vender, sea como sea!
Antes de marcharse a casa, pasó por la sede del sindicato para exponer el caso.
—Me han quitado el quiosco y me han dicho que estoy despedida –le dijo al hombre que la atendió.
—¡Peor está otra gente, que no tiene nada, no come y duerme en la calle.
—Y entonces, ¿a qué hemos venido? ¡Yo milito en un sindicato para que defienda mis derechos laborales, no para que me trate como si fuera una cucaracha, que ya se ve que es vuestro estilo en esta casa! Sois vosotros quienes, antes que nadie, os tenéis que ir a la vuestra, y dejar el sitio a personas más eficaces y cívicas, o bien suprimir los sindicatos, mucho más, si no se os puede denunciar.
—¡Para lo que haces y pintas, mejor que aquí estás en tu casa! El Estado tiene muy buenas pensiones para sobrevivir. ¡Haz lo propio y déjanos tranquilos! No se te van a caer los anillos por no trabajar: mucha gente no lo hace, y no se muere por eso; se muere, simplemente porque no come. Tú, por tiempo trabajado, ya puedes acceder al privilegio de no trabajar, ¡ya quisieran muchos poder hacerlo!
Nuria se fue muy desolada e indignada a casa: ¡creía que los sindicatos servían para algo! Visto lo visto, tomaría las medidas que creyera convenientes: ¡a ella no se la maltrataba injustamente! ¿Quién era aquel títere para meterse en su vida y decidir lo que tiene que hacer por encima de todo? ¿No serían culpables los propios sindicatos de que el mundo del trabajo esté tan mal?
El sábado siguiente, Eluana y Nuria comían en casa de ésta.
—¡Estoy hasta las narices de esta gente, Elu! Trabajando he hecho lo que he podido, y por no ser suficiente para la empresa, me han quitado el quiosco y me han echado.
—¿Eso es factible entre vosotros, Nuria? ¿No sabrás si te tienen alguna manía especial, justamente por eso?
—Esto es un hecho general y un mal endémico, Eluana: si no vendemos la cantidad de dinero suficiente estipulada por ellos, nos despiden, porque consideran que se lo estamos robando, tengamos el problema que tengamos. Por si eso fuera poco, nos obligan a prostituirnos, pues dicen que, al tener su dinero, tenemos que hacer lo que ellos digan. Sólo tenemos derechos fundamentales para ellos, si le caemos bien, al menos a alguien que tenga un alto cargo; de lo contrario, sólo tienes derecho a comer, y no precisamente a costa de ellos, sino del Estado. Te dejan en la indigencia más absoluta, y tú verás lo que haces con tu vida. ¡Y si al menos los sindicatos fueran decentes! Pero tienen el estilo, por muy militante que seas y al igual que la empresa, de las furcias más corrompidas, y se hacen abogados de ella, en lugar de defender al trabajador. De joven, me hicieron la vida imposible para que dejara mi carrera para servirlos a ellos en este trabajo de mierda, que asquea hasta a los cerdos, y ya ves de lo que ha valido.
—¿Y por qué no lo denunciáis? ¡Eso es inconcebible en un Estado de derecho, Nuria! –le decía su amiga, estupefacta e incrédula por lo que estaba oyendo-. Si eso es así, ¡esa gente no tiene dignidad, y merece que se la exfume del mapa cuanto antes! Si no lo hacéis vosotros, nadie lo va a hacer.
—Lo estaba pensando, pero quería consultarlo con alguien. Entonces, ¿tú crees que debo denunciar todo esto, ¿verdad?
—¡Por supuesto!
—Luego nos acusan, ante cosas como ésta entre otras, de no tener dignidad y estar mancillando su reputación y buen nombre! No quieren que se los denuncie ni que se diga en público nada de lo que hacen. Si haces algo que no les gusta, te echan a la calle. Nos acusan de impresentables ante cualquier cosa del día a día que no les gusta, y, en lugar de mirar por ti como persona, para rescatarte en cualquier mal trago, miran por ellos, tratando de rescatar su buen nombre y reputación.
—Otra solución sería contárselo a la prensa, para que lo sepa todo el mundo. Así tú o cualquier otra persona en la misma situación, os curáis en salud.
—¡No creas, se meten con todo el mundo. Lo que mejor se les da es meterse en casa de la gente particular. Si hay varias cosas que no les gustan de ti, en lugar de ser impresentable, estás loca y necesitan autorización de un para poder seguir tratando contigo.
Ante esta observación, que le parecía el colmo de los despropósitos, Eluana se reía de buena gana, sin saber qué decir a su amiga en serio.
—¡Qué lástima de gente! ¿Y qué vas a hacer a partir de ahora?
—No lo sé, querida. Si tuviera dinero, viajaría, además de montarles un atentado; si me empeño en terminar la carrera, estaré continuamente pensando en todo esto mientras estudio, y no me concentraré. Realmente estoy desorientada. ¿Tú qué me aconsejas?
—De momento, hay que denunciar esto, y ver si se atienen a las consecuencias. Después se explorarán otras posibilidades.
Días más tarde, Nuria y Eluana se personaban en comisaría.
—Cuénteme, doña Nuria, ¿qué le ha ocurrido?
—No sé por dónde empezar. Verá: yho trabajaba, hasta hace poco, en Tranquilaurópolis, que como sabe, es una empresa muy agresiva con disfraz de institución social, vendiendo juegos de azar. Estaba contratada y me han despedido por falta de rentabilidad. Esto no sería demasiado grave, si no fuera porque, como ve, no veo bien. No conformes con eso y mientras trabajaba, me han presionado, no sólo para que trabajara más deprisa y comiera el terreno de los compañeros, sino también para que me prostituyera con ellos, por el hecho de que me estoy llevando su dinero. En este sentido, su criterio es que tengamos pareja; de lo contrario, consideran que nuestra vida no merece la pena, y que el hecho de trabajar no tiene sentido para nosotros. Para lograr estos objetivos, nos hacen la vida imposible de distintas formas. En mi casa han metido furcias y mafiosos de todo tipo, que me han roto hasta el ordenador: me han acosado por las redes sociales, me han traído hombres a casa, me persiguen por la calle… ¡Una cosa intolerable! No me han roto la cama porque no tiene ningún dispositivo electrónico al que se puedan conectar. En las reuniones de trabajo, los jefes me vigilan continuamente para ver por quién tengo más simpatía, con el fin de saber por dónde me pueden pillar después; los compañeros me acosan físicamente… Yo dejé mi carrera universitaria porque me prometieron trabajo seguro y dinero contante y sonante, para esto. Proceden como cualquier mafia que se dedica a la trata de mujeres. Las personas con carrera no les merecemos ningún respeto, y nos marginan y acosan de todas las maneras posibles para que no trabajemos. Ahora no quieren darme trabajo de ningún tipo. Aquí está mi rescisión de contrato y mi tarjeta de desempleo. La persona que me acosa en casa es Cristina Pérez González, y su DNI 18561560. vive en el segundo. Uno de los hombres se llama Felipe Alvarado Díaz, el cual me acosa con amigos, tanto extranjeros como españoles. Me intimidan por la calle y me roban la correspondencia. Me abren el bolso para ver lo que tengo, me han intentado quitar las llaves de casa… No ha habido atropello que no hayan hecho conmigo. ¡Me han clavado hasta un cuchillo, haciéndome una herida brutal! Aquí están el parte médico y algunas de las identidades de estas personas.
—De acuerdo. Firme aquí, si es tan amable –sugirió el policía tras escribir el citado discurso.
Aquella noche, las dos amigas durmieron en casa de Nuria.
—¡Si dejé mi carrera para esto, Eluana…! ¡No me digas que no es indignante! Ya has visto la de gente hortera, como el trabajo mismo, que hay que aguantar hasta en los sindicatos. ¡Por si no hay juegos en el mercado, ellos tienen que sacar cada vez más! ¡Y si por lo menos los sindicatos fueran mínimamente decentes…!
—Pues nada, manda currículum a otras empresas y olvídate de ésta hasta mejor ocasión. Si lo necesitas, yo te ayudo. En momentos como éstos, Nuria, es bueno tener a alguien que nos entienda y nos apoye. ¡Ellos no lo van a hacer, tenlo por seguro!
—Lo sé, querida, y que me he metido en un problema muy serio, también. No obstante, quiero llegar hasta las últimas consecuencias.
Días después, Nuria se presentaba en la oficina de otra empresa, con el fin de postular su candidatura para otro trabajo diferente, y según ella, más gratificante.
—¿Cuánto tiempo ha trabajado como administrativa?
—Seis meses. Se trataba de unas prácticas, pero me las pagaron.
—entonces, la pondremos un mes de prueba.
Un mes más tarde, mientras trabajaba, Nuria recibió una llamada en su teléfono móvil.
—¿Es usted doña Nuria Pajón González?
—Sí, soy yo. ¿Quién es?
—Le habla la secretaria del juzgado penal número 14. es para comunicarle que tiene una cita en el mismo, la semana que viene a las 10 de la mañana.
Nuria temió por su trabajo y por sí misma: ¿y si la despedían por culpa de estos impresentables? ¡Si no les gustara jugar sucio…!
Estas y otras consideraciones se hacía mientras caminaba hacia su casa tras una jornada de trabajo tranquila. Por la tarde se dirigió al Colegio de Abogados.
—Buenas tardes. Necesitaría un abogado penalista para un caso de moobin.
—Pase al despacho del fondo, por favor.
Allí, una mujer con toga la recibió cordialmente.
—Pase sin miedo y cuénteme. ¿Qué le ocurre?
—Verá: trabajando en Tranquilaurópolis, he sido objeto de un moobing muy serio, además de acoso sexual y personal en general.
—Cuando habla de un moobing muy serio, entiendo que se refiere a presiones, amenazas, intromisión en su forma de trabajar…
—Efectivamente: he sido presionada continuamente para que rindiera más en el trabajo, sopena de despedirme; he sido intimidada por jefes y compañeros en mi punto de venta para que los satisficiera en sus deseos sexuales, bajo amenaza de despedirme igualmente, o, en el mejor de los casos, de quitarme el punto de venta y dárselo a algún compañero mejor. Los jefes, por su parte, me han vigilado de hito en hito, para ver lo que hacía en cada momento: qué cantidad me pedía cada cliente, si era capaz de presionarlo a mi vez para que comprara más, si era ágil trabajando, si itineraba por los comercios y otros establecimientos de mi zona de influencia… El caso era tener alguna excusa para quejarse de mí y tener qué reprocharme. Puesto que él no tiene ningún problema, piensa que el tenerlo no merma los recursos de las personas. Me imagino que habrá notado ya que no veo bien.
La letrada asintió:
—¿Es de nacimiento su problema?
—Sí. Tengo la retina deteriorada, y, tarde o temprano, me quedaré ciega.
—¡Vaya, cuánto lo siento! Siguiendo con el tema que nos ocupa: me dice que también la han acosado a nivel personal.
—Sí. Fuera del trabajo, me intimidaban igualmente utilizando a mendigos, para que comprendiera el gran esfuerzo que estaban haciendo conmigo, teniendo en cuenta que había gente en peores condiciones.
—¡Qué barbaridad! ¿Le han pedido también favores deshonestos?
—De tipo sexual y económico.
—Me imagino que se refiere a robo o abuso y / o violación.
—Exactamente. Se metían en mi casa para pedirme que los invitara a comer. Se me insinuaban y acabábamos enrollados; pero yo me sentía obligada y sin poder decir que no.
—¡Increíble! ¿Y qué le gustaría conseguir?
—He pensado varias cosas, usted me dirá cuál de ellas es posible: una sería una indemnización tan alta como se pueda; otra quizá podría ser una sanción por la que se le suprimieran puntos o productos de venta, como medida coercitiva para que recapaciten y busquen otras estrategias de trabajo u otras fuentes de ingresos.
—Ambas cosas son posibles a priori. Todo dependerá de cómo se desarrolle el juicio, de lo que diga o pida la parte contraria… Ya sabe que en Derecho la lógica no siempre funciona. En cualquier caso, no se preocupe: estaremos allí el día y la hora señalados.
—De acuerdo. Muchas gracias.
—¡Cuídese mucho! Hasta luego.
Y tras esta emotiva entrevista, Nuria y eluana salieron del Colegio de Abogados. La primera iba algo más tranquila, con la sensación de haberse quitado un gran peso de encima.
—¡Por fin he podido hablar y desahogarme a gusto, Eluana! A puerta cerrada y con una mujer, quieras que no, siempre estás más tranquila. Si el juez es hombre, será otra cosa: tendré la impresión de estarme desnudando en público y no sé cómo actuaré.
—Con naturalidad, mujer, no vaciles en ningún momento a la hora de llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan, y al vino, vino. Que se enteren, sin tapujos ni dudas, de lo que te ha pasado, y que resuelvan en consecuencia.
Semanas después de estas amenas y acaloradas conversaciones, Nuria y su abogada se presentaron en el juzgado número 14.
—¿Es usted Nuria Pajón González? –preguntó el juez cuando le llegó la hora de declarar.
—Sí, yo soy.
—Explíquenos su versión de los hechos.
—Tranquilaurópolis es una empresa privada y muy agresiva, con disfraz de institución social, que vela por los derechos de las personas con algún tipo de discapacidad. Ofrece un único trabajo, la venta de juegos de azar, cuya remuneración se estipula en función de la cantidad de producto vendido por parte del trabajador o trabajadora. Al ser una empresa salvaje, para conseguir mayores beneficios, fuerza a sus empleados a incrementar su rendimiento con estrategias muy poco decentes, como el acoso personal a todos los niveles, incluida nuestra vida privada. Así pues, a mí, como a tanta gente que allí trabaja, me han obligado a compartir mi puesto de trabajo con un compañero con mayores ventajas que yo, no sólo en experiencia, sino también en cuanto a problemática. Él ve bien, de forma que absorbía la casi totalidad de mi clientela potencial, y así, para que me dejara alguno, tenía que negociar, y, para acceder, me pedía comer juntos todos los días y tener sexo cuando a él le apeteciera, con el pretexto de que me estaba cediendo la clientela. Si me negaba, me mandaba a algún otro compañero, incluso a algún jefe para que me intimidara también, argumentando que la empresa no tenía por qué perder dinero porque a mí no se me ocurriera esforzarme por incrementar las ventas, ni ellos cederme parte de su clientela sin más. Una de las peores cosas que me hicieron fue colocar a un indigente entre el compañero y yo, más cerca de mí que de él, de forma que me tapaba toda la visibilidad y tenía que salir fuera del quiosco para ver mejor a la gente.
—¿La han agredido físicamente en algún momento sin usar objetos contundentes?
—Varias veces.
—¿Por qué no lo denunció?
—Por miedo a perder el trabajo y a que le hicieran algo a mi familia. Llegaron a ir a mi casa, a cualquier hora del día, tanto compañeros de trabajo como gente de fuera, incluyendo mendigos, diciéndome, con gesto amenazador, que había gente que tenía bastante menos que yo, que no comía y que dormía en la calle.
—¿Cuándo fue la última vez que la acosaron en el trabajo a cualquier nivel?
—Hace un mes y medio vino el inspector de zona a mi punto de venta, para decirme, con gesto de amenaza, que si la próxima vez que pasara por allí no me veía recorriendo los bares y otros establecimientos de la misma, me mandarían a la calle. Al día siguiente, cuando entraba al quiosco a primera hora, un compañero al que no vi mientras abría la puerta, entró conmigo y me palpó las mamas y los genitales, tratando además de quitarme el jersey…
—¿Conoce su identidad?
—Juan González González. Está incluido en la documentación.
—De acuerdo. ¿La han llegado a violar?
—Dos veces: una en casa y otra en el trabajo. En el primer caso, por invitarlo a comer, me obligó a que nos enrolláramos, llevándome a la habitación y desnudándome él mismo; en el segundo, otro compañero, aprovechando que estaba cerrando el quiosco para irme, según abría la puerta, me obligó a volver para dentro y entró conmigo. Me quitó la falda y la ropa interior y me penetró en la mejor posición que pudo. Ahí está igualmente la documentación.
—De acuerdo. Muchas gracias. Pasen los testigos, por favor.
Y entraron Eluana y Corrado, quienes, en calidad, tanto de amigos como de compañeros, refirieron lo siguiente:
—Tanto mi pareja como yo, somos testigos de que llegaba a trabajar cansada, puesto que el día anterior, tanto el inspector de zona como sus superiores, la intimidaban e increpaban a nivel personal, con chantajes y amenazas para que rindiera más en el trabajo y se buscara un buen mozo que la ayudara, incluso a arreglarse mejor, que seguramente no vendía más porque estaba hecha un asco; que con minifalda y top-less estaría más sexy, y por lo tanto, más de uno, además de boletos, la compraría a ella; que si tuviera más labia, iría más la gente a comprarle, que probara a comer con algún cliente para que se animara, y barbaridades de ese estilo, que redundan en la obligación de prostituirse a la que se debía doblegar, de todas las maneras posibles.
—¿Fueron testigos de alguna agresión hacia ella?
—En una ocasión tuvimos que llamar a la policía, porque un grupo de mendigos le robó la cartera y los productos, pegándole y tapándole la boca. Tenían además mucha fuerza y tuvieron que separarlos de ella los agentes. La insultaron igualmente, con calificativos como ladrona y puta, y tuvimos que acompañarla al médico.
—De acuerdo. Pase la parte acusada.
Y dirigiéndose a uno de los hombres continuó el interrogatorio:
—Es usted don Fabricio González González, inspector de ventas en Tranquilaurópolis, ¿no es cierto?
—Así es.
—Explíquenos, si es tan amable, su versión de los hechos: ¿usted intimidó o amenazó, en algún momento y de cualquier forma, a doña Nuria Pajón?
—Nunca.
—¿Sabe de alguien que lo hiciera?
—No.
—¿Por qué no le han renovado el contrato de trabajo?
—Porque la empresa tiene unos criterios muy concretos a la hora de poner a los afiliados a trabajar. Uno de ellos es que el dinero que invierten en ella o en él les dé algún beneficio. Si la trabajadora no produce lo suficiente, como usted comprenderá, la empresa pierde más de lo que ha invertido.
—¿Ni siquiera tienen en cuenta los problemas que tienen los afiliados?
Ante esta pregunta, don Fabricio vaciló antes de responder.
—Si así fuera, no les daríamos trabajo: buscaríamos solamente a las personas más productivas y dejaríamos al resto que se apañaran en casa como buenamente pudieran. En cambio, recurrimos a los estatutos, donde se contemplan todos y cada uno de los derechos de las personas afiliadas, no siendo el trabajo una excepción, y no les negamos nada.
—¿Qué hacen entonces con quienes no son productivos?
—La organización dispone de una bolsa de empleo con distintos puestos de trabajo, y a través de ella, todos ellos se colocan en uno o en otro.
—Así pues, ¿no hay nadie sin trabajo en esta organización?
—Absolutamente nadie.
—¿Y por qué hay tantas afiliadas en el paro entonces?
—Lo desconozco por completo.
—De acuerdo –terminó el juez tras escuchar a los testigos-. Visto para sentencia.
Tras esta audiencia, todos se levantaron y marcharon.
Llegado el día de la sentencia, Nuria se puso su mejor traje, algo nerviosa, ya que temía perder el juicio; pero animada y acompañada en todo momento por su madre, salió apresuradamente. Cuando estuvo sentada frente al juez escuchó la siguiente perorata:
“El magistrado del juzgado número 14, según los hechos probados y como mejor proceda en Derecho, acuerda la suspensión total y permanente de todo tipo de juegos de azar vendidos por Tranquilaurópolis, y solicita a dicha empresa una indemnización, cuya cantidad se ajusta al valor estipulado en Derecho para este tipo de delitos. Si no están de acuerdo las partes interpeladas, podrán formular recurso de apelación ante este juzgado en el plazo de un mes.”
Cuando salió del juzgado, muy emocionada, Nuria llamó a su amiga:
—Elu, hemos ganado: les han suspendido todos los juegos de forma permanente, y tienen que indemnizarme.
—¡Qué alegría! ¿Y ahora qué vas a hacer?
—De momento, seguir trabajando y vivir la vida con tranquilidad; con el tiempo, el destino, contando conmigo, decidirá cuál es mi mejor lugar en el mundo.

Jaime Salcedo Muñoz

25/10/2020 a las 21:12

Maldita casa esta de ricos despreciables. Tres años trabajando en este lugar y cuando necesito de su colaboración, me tratan como si fuese cualquier cosa. Tanta mierda que hablaron que yo era parte de esta familia, ¿para qué tanta basura? Claro, pero estos son los momentos donde uno debe ser fuerte y darse cuenta de quién es quién.

Perla preciosa

01/05/2021 a las 11:40

Progreso a corto plazo

Caminaba por una calle tétrica y solitaria, cuando de pronto resbaló y cayó aplomada al suelo, aplastada por la pesada mochila y otros instrumentos de trabajo que pendían de su cuello, cuando se dirigía a la oficina para comenzar la jornada de aquel día.
—¿Se ha hecho daño, señorita? –preguntó una voz amiga.
—No demasiado –contestó con un hilo de voz, pues, para decir verdad, no había sido una broma la caída: se había irritado la cara con el golpe y sentía un dolor punzante en las piernas, por lo que se hallaba imposibilitada para levantarse.
Con ayuda de la mano que se le tendía, consiguió ponerse de pie, pese a no poder dar ni un paso, y pidió a tan generosa amiga la acompañara al centro sanitario más próximo. Ella lo hizo de buen grado, y cuando salió curada, le rogó que la acompañara a casa. Allí dejaría de martirizarla. ¡menos mal que no le habían robado!
Seguía sin poder caminar, y, tras las suturaciones que le hicieron las enfermeras en ambas rodillas y en la frente, se sentía completamente incapaz de acudir a trabajar.
Mientras descansaba con cierta tranquilidad, tras haber dado parte a sus superiores del accidente, se lamentaba de su triste suerte: ¿qué sería de ella el día de mañana, si continuaba realizando la penosa tarea de vender vicio e incitar a la gente a consumirlo? Se moriría de asco y de pena, pues el miserable sueldo que cobraba apenas le daba para mantenerse a un nivel muy elemental. De vez en cuando soñaba despierta, pensando en pedir una subida para poder optar a una hipoteca con la que obtener su propia casa, pero no se decidía a ello, ni veía demasiado propicio el clima para cambiar de trabajo, por mucho que lo deseara.
Logró quedarse dormida tras una hora de reflexión y vueltas en el lecho, y cuando despertó, aún le faltaban fuerzas para levantarse. Habían pasado solo dos horas, que a ella le parecieron una eternindad, y por matar el tiempo de alguna manera, encendió el ordenador y comenzó a leeer uno de los periódicos que habitualmente recibía vía e-mail. ¡Hay que ver qué mal está el mundo! –se dijo tras leer una noticia sobre el despido laboral de una joven tras diez años de servicio en la misma empresa-. ¡si por lo menos tuviéramos más oportunidades, y más variedad para elegir…! Pero nos tratan como niños, de forma que, de no querer realizar un trabajo, no hay otro, ganes un sueldo más alto o más bajo. Hay empresas especialistas en esto, que, más que dejar a la gente en la calle y sin perspectiva alguna, deberían estarlo ellas, para que sepan lo que es morirse de frío y de asco; ganar un estipendio mísero, que no te da ni para comprarte una casa, y llorar día tras día por las ilusiones perdidas, vendiéndolas muy baratas a los demás, para después resquebrajarse igualmente, en detrimento del dinero invertido a diario. ¡Esto debería estar prohibido, y la gente que ofrece tareas tan inanes, a buen recaudo!
En estas cavilaciones se hallaba, cuando tropezó con un anuncio, en el que se requería una profesora de español como lengua extranjera. De sus estudios, no era la especialidad que más le gustaba, pero lo cierto es que, tras pensarlo unas cuantas veces, se decidió a responderlo, presentándose como una candidata inmejorable: poseía la titulación apropiada al nivel de máster, además de la lengua y el nivel solicitados. ¿Quién dice que no pueda ser una alternativa a su odioso trabajo actual?
Mientras convalecía, pasados unos días de este suceso, recibió una visita inesperada. Caminaba algo mejor que el día del accidente, pero con todo, aún tenía que apoyarse en la pared, para aliviar el dolor de las piernas y no caer de bruces. Al fin, aunque con cierta torpeza, consiguió abrir la puerta, por la cual entró una amiga y compañera de trabajo, trayéndole noticias de actualidad sobre el mismo, que no la dejaron indiferente.
—¿Sabes que el mes que viene se jubilan Antonia y Lorenzo?
—¡Caray! ¡Pues no pensaba que fueran tan mayores! ¿Y para quiénes son sus plazas?
—Dice Sonia que tal vez una sería para ti, que ya llevas unos años sin punto fijo, y la otra para Lidia, que, aunque no lleva tanto tiempo como tú en la empresa, ha sabido ganarse un puesto con el superhábit de sus ventas. Al parecer, es todo provisional, pues no depende solo de ella, y, como tenga que intervenir Tomás en la deliberacfión, me temo que no será tan fácil la decisión. Ya conoces la peculiaridad de su carácter tan agrio, y la arbitrariedad para adjudicar puestos de trabajo. Para decidir sobre las mujeres, ¡hombre tenía que ser! ¡No te anima la idea? –le preguntó viendo la indiferencia de su amiga.
—No demasiado, Sofía. Por un lado, es cierto que necesito una subida de sueldo para al menos comprarme mi propia casa, pero me parece que no estoy preparada anímicamente para enfrentar la situación, dado que me conozco bastante bien, y sé que no doy la talla en tareas que no me motivan. “Quizá sería preferible que fuera para otra persona” –dijo con cierto pudor, en un tono más bajo, mientras absorbía el último trago de café.
—¡Qué sorpresa! Pensaba que te traía una buena noticia –dijo Sofía a media voz, y acto seguido añadió-: Yo me lo pensaría, Cárol: esa plaza ya sería tuya para siempre, y cobrarías mucho más que ahora.
—Sin embargo, no me siento muy motivada. No digas nada a nadie de la plantilla. Tal vez el accidente me ha desanimado. Tal vez sean otras cosas las que ahora me hacen actuar así, pero lo cierto es que no me encuentro en el mejor momento para esto.
Las noticias de Sofía la ayudaron a descubrir otra faceta propia que hasta entonces no había explorado. Y es que no tenía claro si prefería ganar más dinero, pese a trabajar a disgusto, o quizá ganar poco, trabajando a gusto.
Dos semanas más tarde, Cárol se incorporó al trabajo, aún en la misma situación que antes del accidente. Y entre disgustos internos y faenas cotidianas, recibió una llamada telefónica, en la que la solicitaban a entrevista para un posible trabajo de profesora de español. Sin pensarlo dos veces, respondió afirmativamente, por lo que, llegado el día que le habían indicado, se presentó en las dependencias del Ministerio de Educación.
—¿Ha trabajado alguna vez como profesora de español?
—No –dijo avergonzada, y tras ello entregó la documentación requerida por la entrevistadora.
Volvió a casa dubitativa, pero ilusionada: si la elegían, podría añadir un logro más en su vida, que, poco o mucho, formaría también parte de sus méritos. De momento había sido convocada para la prueba escrita.
Eran las nueve de la mañana de un día primaveral, casi veraniego, cuando Cárol se presentó en el instituto para realizar su primer examen de oposición. Estaba muy contenta, aunque se mantenía muy escéptica en cuanto a los resultados. Su naturaleza pesimista no le prometía buenos augurios, al igual que cuando vendía suerte, pero con la diferencia de que esta vez sí había una motivación real que la empujaba hacia adelante, incluso a pesar de su posible fracaso, mientras que en su rutinha diaria despachando juegos, las horas se le hacían cada vez más largas y pesadas, sin llegar a ver con claridad el final de la jornada diaria.
Tras escribir durante dos horas, que le parecieron una maratón, respiró, algo agotada, pero satisfecha sin embargo, y sin duda animada a enfrentarse a la segunda parte, que consistía en una miniclase magistral durante quince minutos. La novedad la ponía un poco ansiosa, pero, sacando fuerzas de flaqueza, consiguió dar una charla casi de corrido, con un resultado bastante loable.
Cuando terminó, en lugar de marcharse a su casa, se reunió con Sofía en la suya, pues necesitaba descargar el estrés acumulado, expresando sus opiniones sobre la agitada mañana, así como sus sensaciones internas al desahogarse.
—Además de pija, ¡esa gente es tremendamente facha: cuando he tenido que dar la miniconferencia, no me han dejado sentarme, para estar más relajada como mínimo: decían que de pie daba una imagen mejor y más real de buena profesora! “sentarse es de vagos-me han llegado a decir-, y le quitará muchos puntos el día de mañana, si piensa trabajar y ser eficaz”. ¡Si me lo dicen antes, no me lo creo! A otra compañera le han anulado la prueba por escribir en rojo. Nos hemos quedado perplejos y desolados cuando se ha marchado, por orden del tribunal. Entre tantas tonterías, manías y fraudes, he tenido momentos de muy poca concentración, y de bastante estrés y desolación, llegando a sentir ganas de marcharme yo también, pero me he dicho que, aunque solo fuera por orgullo, tenía que llegar hasta el final, en lugar de regalarles mi tiempo y mi posible fracaso. He tenido muchas dudas, sobre todo en la prueba oral, pero he logrado vencerlas, aunque solo sea por el afán de demostrarme que sirvo para algo más que para vender cromos, como quieren hacernos creer a veces, que, al fin y al cabo, es un trabajo mecánico, aburrido, y de lo más inane, a nivel mental, por muy socializador que sea: la gente compra por rutina y con la única esperanza de ganar, sin abrirse demasiado a otros avatares, de forma que no deja una de ser la vendedora número 4, rubia y con cierto mal humor por la mañana. ¡Y es que hay cosas que no tienen nombre, Sofía! Sentirse útil solo para sacar dinero a la gente no es cosa fácil de admitir, en alguien como yo, muy exigente consigo misma y con los demás, con un sentido común más sencillo y realista que quienes fabrican todas estas porquerías, creyendo que la clientela caerá sobre ellas como moscas y se harán ricos en cuatro días. Yo, en cambio, no me conformo con cualqier cosa.
—Entonces, ¿crees que has aprobado y puedes aspirar a un cambio radical en tu posición social?
—No lo sé, Sofía. Ya te he dicho que tengo muchas dudas, por lo que no me atrevo a pronunciarme en ningún sentido: si te dijera que no, mentiría, pero si te dijera que sí, también. No se han portado demasiado mal, pero no las tengo todas conmigo.
—Ya verás como sí, mujer. Paciencia y tiempo al tiempo.
—Si supiera que, aunque no sea ahora precisamente, puedo aspirar en la vida a algo más que a vender rifas, no tendría tanta prisa por dejarlo. Esta desazón y esta sensación tan desagradable de vivir en la nada, de sentir que la vida no tiene sentido, me pone sobre ascuas a cada momento. ¿Tú crees en las echadoras de cartas, Sofía? ¿Irías a echártelas?
Sofía se reía de buena gana.
—cuando era pequeña, una de mis primas, además de ser muy aficionada, nos contaba que tenía una vecina, parienta lejana por el otro lado o qué sé yo qué, que las echaba. Ella entonces la llamaba bruja. Decía que normalmente acertaba, pero que también se equivocaban. Si te apetece intentarlo para ver si hay suerte, y teniendo en cuenta además que, por mucho que te fastidie, es lo que tú vendes a fin de cuentas, hazlo sin miedo: además de costarte un dineral, lo menos malo que te puede pasar es que no acierten.
—¡Uff, no sé, no termino de decidirme tampoco! Si solo fuera el dinero, no me importaría tanto; pero una decepción tras otra, es mucho decir.
—¿Quieres que te acompañe y lo pruebas? Si no lo haces, no lo sabes. Si te anima más incluso, me las echo yo también para ver si voy a ascender en la empresa, que me prometieron una subida de sueldo y un puesto como directora de sección, y aún estoy esperando las dos cosas. No me corre demasiada prisa, desde luego; pero a nadie le amarga un dulce, y si lo consigo… ¡Ahí lo tengo!
—¿Llamarías a tu prima entonces?
—Puedo intentarlo. Si no, podemos buscar en Internet, a ver si encontramos a alguien que no cobre mucho.
La cara de Cárol empezó a brillar como un día veraniego de sol radiante. De nuevo empezaba a despertarse en su interior, desde hacía mucho tiempo, algo parecido a la ilusión y a las ganas de seguir viviendo. Su amiga entretanto, consultaba la guía telefónica. De pronto cogió el teléfono y tecleó los nueve dígitos de un número tal vez mágico.
—¡Hola! ¿Eres Sofía?
—¿Qué tal, Aida? ¿Qué te cuentas?
—Bien. Y a ti, ¿qué te trae en estos tiempos por mi casa, que hace la tira que no sé nada de ti? ¿Me echas de menos quizá?
—Mujer, siempre se añora a las personas buenas que nos han dejado un buen recuerdo en el pasado. Te parecerá increíble lo que voy a decirte –yo misma siento algo de verbgüenza-, pero la vida da muchas vueltas, y mira tú lo que son las cosas, estoy ahora mismo con una amiga que necesita una pitonisa. ¿Tu parienta sigue en activo?
—Sí, que yo sepa. No deja de sorprenderme, desde luego. ¿Quién es tu amiga y qué le pasa, que recurre a fuentes tan peculiares?
—¿Te acuerdas de Cárol, la chica que estuvo bailando conmigo el día de la orla?
—¡No me digas que es esa! Parecía buena gente y muy contenta en general.
—está hartita de vender loterías, y acaba de examinarse para profesora de español en el Cervantes. Dice que no puede más: que es de lo más inane que ha conocido, y que de manera similar se siente cuando lo realiza.
—¡Caray, qué triste! Pues anímala, y mientras tanto, intento localizar a mi prima. Cuando sepa algo, te llamo.
—Estupendo. Y tú, ¿cómo lo llevas con el trabajo?
—Lo llevo sin más: llevamos una temporada de presiones por un lado y por otro, de marrones a cuál más asqueroso…! Hace un mes nos bajaron el sueldo 300€, con el pretexto de la crisis y de que, como no viajamos, no tenemos que cobrar dietas; otro día se rompieron varios ordenadores y nos hicieron llevar los nuestros mientras los arreglaban, con la excusa de que no había repuestos; en otra ocasión, tuvimos que ir a Barcelona a dar unas conferencias, y nos quitaron las dietas. Cuando no es una cosa, es otra: ¡están en un plan cleptómano increíble! Y si te quejas en directo o sales a la calle a manifestarte, te mandan un par de semanas a casa, ¿sabes? Como decía mi abuelo de pequeña, cuando algún asunto de política no le gustaba: “¡con Franco vivíamos mejor!” ¡Me reía entonces, pensando que era mentira, o, como mínimo, que exageraba, pero ahora me doy cuenta de que quizá, en ocasiones, se quedaba corto!
—¡Pues vaya panorama el tuyo también! Pues nada, ya me contarás. Besos.
—Hasta pronto, guapa.
Fue así como Sofía y Cárol se presentaron una tarde en casa de doña Laura, como la llamaba todo el mundo, dadas sus canas, su aspecto y sus buenos y respetabilísimos modales. las recibió calurosamente en un despacho muy alumbrado, repleto de flores de lavanda, almizcle y otros aromas exóticos traídos de Ultramar. Cárol comenzó a relatarle, con mucho pudor al principio y con un raudal de lágrimas después, su trágica historia laboral. Ella la interrumpía a cada momento, sugiriéndole:
—Calma, querida. Sin mirar nada, ya te digo que, tanto el mago como el sol están de tu parte; pero si pierdes la templanza, la torre te caerá encima.
Cuando acabó, doña Laura le mostró la baraja en una mano y le ordenó cortarla. Tras ello esparció las cartas sobre la mesa y encendió una vela, mientras Cárol y Sofía, a instancias suyas también, salían de la estancia y esperaban en una sala contigua, junto a otra clienta que acababa de llegar.
—¡Qué nervios! –le decía Cárol a Sofía-: ¡Mira que si he suspendido y tengo que seguir vendiendo…! Pero si esas cartas son mágicas y saben todo antes que nosotras, ¿por qué no están al alcance de cualquiera? ¿Por qué no nos enseñan en el colegio o en el instituto a usarlas, igual que otras cosas, como el sexo, los afectos o la religión?
A una seña de doña Laura, las dos mujeres entraron de nuevo en el despacho.
—la suerte está echada –comenzó diciendo mientras apagaba la vela-: como te decía al principio, el sol y el mago están a tu favor, lo que significa que tienes muy buenos augurios a corto plazo. Sin embargo, debes tener cuidado, pues el ahorcado te persigue con algún conflicto familiar o sentimental, que posiblemente te haga volver de nuevo a tu naturaleza pesimista y escéptica, trayéndote también altibajos laborales. No obstante, en medio aparece la templanza, al derecho y abrazada por la reina y por la emperatriz, que te auguran calma y estabilidad constantes, con alguna posibilidad de embarazo. Finalmente, la luna te sugiere recogimiento interior y reflexión minuciosa antes de actuar, que no es de las cosas más livianas en una persona de cierta edad que está en una situación delicada, y por lo tanto es susceptible de ser arrastrada por ideas perversas traídas por personas de muy poca calidad humana, que nos incitan a actuar alocadamente, y a lamentarnos después.

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