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Silenciosos túmulos de revelación - por Juan F. Valdivia

Web: http://juanfvaldivia.wordpress.com

Al rebasar el arco de acceso a los silos el asombro paralizó a Satharel. Nunca había estado allí desde su última consunción por lo que no albergaba recuerdo alguno. Las gargantuescas proporciones del recinto le hicieron sentirse ínfimo. Todos los numerosos ojos que por doquier cubrían su cabeza se abrieron al máximo, estupefactos.
–Y se trata de uno más entre los múltiples sótanos de Loirith –musitó para sus adentros.
Un extraño sonido reinaba en el lugar: parecía cientos de respiraciones pesadas, sonidos graves emitidos por obesos durmientes.
Pero no podía demorarse más tiempo paladeando aquella inmensidad sensorial. Debía buscar al hermano Narthanel, actual responsable de los silos. Satharel se adentró en el recinto siguiendo el rutilante sendero carmesí que le habían preparado. El ambiente del silo resultaba denso y untoso, saturado de humedad excesiva incluso para Loirith. Mientras avanzaba analizaba todo cuanto le rodeaba. Los silos estaban salpicados por descomunales moles cilíndricas, montañas de estantes pálidos y córneos, incluso óseos. Los tumularios. Para disgusto de Satharel apenas tenían carne, y la poca presente poseía un desagradable aspecto seco, apergaminado aun con la insoportable humedad. Sobre los estantes, imbricados entre sí, millones de volúmenes. Pugnaban unos con otros, peces moribundos compitiendo por un último trago de aire acuoso.
Cuán diferente de las otras bibliotecas de la abadía.
Satharel se acercó al anaquel más cercano: tal y como había creído ver, los libros mantenían su cordón umbilical.
–En efecto, siguen vinculados: es una condición básica para el correcto trabajo de los tumularios.
La voz provenía de las alturas. Una especie de gran araña descendía hacia Satharel. Se desplazaba con delicada gracia de estantería en estantería, sus garfios acariciando las baldas casi con devoción. Al llegar a su nivel de Satharel pudo apreciar mejor sus detalles: una cabeza de gesto risueño surgía de un cuerpo pequeño, una esfera erizada de múltiples brazos, a su vez rematados por manitas repletas de dedos similares a ganchos. Carecía de piernas.
–Me esperabas, ¿no? Soy Narthanel. Y tú el testigo del abad…
–Satharel. Las Siete sean contigo.
–Y que tú las veas.
Tras el saludo se alzó le un silencio intenso. Satharel seguía estudiando el lugar. Vio cómo un enorme globo rojizo surcaba flotando el cielorraso del silo. Con uno de sus ojos telescópicos enfocó el objeto.
–Un hermano odre: ellos alimentan y limpian a los tumularios.
–Ajá.
–Un trabajo sencillo y mal considerado, cebar y transportar residuos, pero vital.
–Sí, claro –Satharel logró reprimir el asco. Y el temor. Agradeció el resultado tras su última consunción: su cargo como ojos y oídos del abad.
Narthanel trepó un par de estantes mientras sus manitas jugueteaban nerviosas.
–Pero no has venido aquí a estudiar la fauna de los silos…
–En efecto –Satharel acarició uno de los resecos y envejecidos volúmenes–. El ritual: ¿hubo respuestas?
–Por desgracia no. El año que viene, tal vez…
–Tal vez.
¿Estaba ante buenas o malas noticias? ¿Ni lo uno ni lo otro? Lo ignoraba.
–¿No llegan a nada?
Narthanel sostuvo la mirada de su hermano mientras cabeceaba en silencio. No servía de nada explicarle que los tumularios llevaban eones así, sumidos en la autocomplacencia y el solipsismo: una existencia contemplativa que nunca había dado frutos. Pocos recordaban cuándo se excavaron los silos, ni cuándo de instauraron los hermanos tumularios como analistas de los legajos indescifrables que los oráculos laceraban. Se esperaba que ellos, cruzando los datos albergados en los anaqueles de sus cuerpos, revelaran el significado de los textos crípticos. Y con ello, según la profecía, obtener las respuestas.
Eones de espera.
–Sigue sin haber respuesta.
–Sí, hermano Satharel. “¿Por qué ocurrió? ¿Cuándo volverá a ocurrir?” Seguimos sin saberlo. Esperaremos a la siguiente alineación.
–Otro año más.
–En efecto.
No había nada más que decir. Satharel había visto y oído, y a través de él lo había hecho el abad. Se despidió de Narthanel. Éste partió sin desperdiciar una sola gota de sangre, escalando los estantes para supervisar los silos y los tumularios allí albergados.
Satharel siguió el sendero carmesí sin dejar de estudiar aquellas formas obesas, cisternas de sangre y heces. Los mórbidos hermanos odres.
Tiempo atrás había leído algo acerca de un plano de realidad donde existían criaturas en cierta manera similares a los hermanos odre: sanguijuelas. Con esos seres inferiores la especie dominante de aquel plano mantenía una relación mezcla de temor–repulsión–utilidad. Los hermanos odre le arrancaban sentimientos similares. Pero nadie debía saberlo: el castigo ante esa deslealtad suponía sufrir una consunción y acabar rediseñado.
Como ellos.

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1 comentario

  1. Hola.

    Aun habiendo sido de los más rápidos en entregar el ejercicio (ya lo indicaba con grab sorpresa para mí mismo en el comentario 8 [https://www.literautas.com/es/blog/post-4443/taller-de-escritura-no10-montame-una-escena-entre-libros/#comments]), no he tenido la misma rapidez para leer los comentarios recibidos (tengo excusa: estaba ultimando otro texto [http://juanfvaldivia.wordpress.com/2013/06/28/copos-de-nieve/], uno del que hablé hace unas semanas y que mantenía inédito sin más razón que la de acabar de perfilarlo [http://juanfvaldivia.wordpress.com/2013/06/28/ese-primer-relato-prometido-copos-de-nieve/]). Aun así -un poco tarde pero bueno- he sacado tiempo para responder a los dos comentarios que me han entregado. Para no meter aquí todo el tocho (casi se le podía calificar como mamotreto o rollo patatero 🙂 ) me limito a poner el enlace la mismo: Comentarios del taller a mi texto ‘Silenciosos túmulos de revelación’ [http://juanfvaldivia.wordpress.com/2013/06/29/comentarios-del-taller-a-mi-texto-silenciosos-tumulos-de-revelacion/]. Si alguien se anima a leerlo ahí lo tiene.

    Un cordial saludo de Juan.

    Escrito el 29 junio 2013 a las 10:39

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