«¡50 patas, a la una! ¡50 patas, a las dos!» - por Alonso García-Risso

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¡50 patas, a la una! ¡50 patas, a las dos!

Nada hacía presagiar algún desbarajuste durante la jornada de la mañana, en la Escuela Rural de Huelquén. Los niños disfrutaban, apaciblemente, del recreo en el extenso patio.
El cuerpo docente revisó cada detalle de las actividades realizadas, preparando el siguiente bloque. De pronto, la Directora, gritó destempladamente: ¿Dónde están los niños?
La Inspectora se electrificó, salió precipitadamente al patio, donde hacía unos instantes había visto a los niños: No estaban, ¡horror!
Recorrió con la vista el enorme patio y sus rincones. En el extremo más alejado y escondido, se había formado un ruedo. Allí estaban los pequeños alumnos. “Un accidente grave”, pensó y se preparó para lo peor.
Corrió hacia el grupo. A medida que avanzaba se percató de que los pequeños sostenían una apasionada discusión. Jadeando, se detuvo a escuchar:

— ¡Es un monstruo! —dijo una vocecilla de entremedio.
— ¡No! es una cuncuna —corrigió otra.
— ¡Están equivocados! es un ciempiés —explicó un niño que estaba en el tumulto.
— ¡Es cierto, tiene muchas patas! ¡Contémoselas! —la proposición tuvo respaldo unánime. Comenzaron el contaje de las patas del ciempiés —con dificultad—, pues éste se movía cadenciosamente tratando de escapar, perdiéndose entre la maraña salvaje de los pastos. Los niños captaron el lúdico comportamiento del animalito y comenzaron a cantar:

¡50 patas, a la una!
¡50 patas, a las dos!