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Próxima parada - por -migo

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Salía de las escaleras del Metro de Plaza España, con la misma prisa de siempre, escuchando por mis auriculares aquel tema que evitaba perder el ritmo, no caer en las rutinas de un vagón atestado de gente. Las escaleras de toda la vida te ponen el corazón en la boca, ascendiendo a zancadas, devorando los escalones de dos en dos.

No esperaba encontrarte en la boca de Metro. Siempre te retrasabas y acababa haciendo tiempo mirando cualquier escaparate de cualquier tienda absurda, observando el tipo de letra de los carteles, hasta que pensaba que el tiempo no invertido contigo no era tiempo, y subía la calle para llamar directamente a tu telefonillo.

Habían pasado ya siete años, y supongo que aunque seamos personas de costumbres arraigadas, hasta lo que llegó a ser monótonamente cotidiano se convertía ahora en ese acontecimiento que te hace sudar las palmas de las manos y apura tus uñas.

No lo esperaba, y fue tan súbita tu aparición que me quedé algo colgado, respirando aún a bocanadas. La gente pasaba a tu lado como en cámara lenta, mientras caminaban entrecruzándose, sin aparente dirección.

Solitaria, como si un aura te aislase del bullicio; apoyada en la barandilla, una pierna flexionada sobre la barra de metal oxidado, la mochila sobre el pasamanos, descansando tu espalda, quizá aún renqueante de tus problemas de escoliosis, quizá recordando los dolores de tantos años sin parar de viajar, con la suela de las botas desgastada. Por eso tu mirada absorta miraba a las nubes, como queriendo encontrar esa forma que se inventa, ese deseo que se persigue y se espera, y nunca llega. No lo encontraste, ni entonces ni ahora. Lo sé porque levantabas tu ceja izquierda, la que se erguía ante un nuevo acontecimiento, la que te hacía salir corriendo sin explicarme a dónde ibas.

Nos costó reconocernos. Eso, o que te quedaste tanto tiempo mirándome como yo a ti, como si hubieran pasado siete años y ninguno, como si todos esos mensajes que nos cruzábamos cada demasiado tiempo fueran tan solo un torpe resumen de lo que eran entonces nuestras vidas.

Rompimos el hielo de la escena con un tímido saludo: dos besos escarchados que me permitieron notar que, pese a los años transcurridos y que ya no utilizabas aquella colonia tan informal de dulce aroma a piruleta, seguía recordando tu olor delicado, sin cortapisas, como el aroma fresco con el que me despertabas cada mañana; que tu piel no había sufrido los avatares del calor húmedo del trópico y de las picaduras de los insectos, y seguía tan fina como la primera vez que la acaricié.

Hiciste ademán de moverte. Recordabas aún que no me gusta estar con los pies parados y que me incomoda conversar sin saber a dónde van mis palabras. Pero estaba disfrutando de tus ojos, aquella mirada conservaba el color terroso del lugar en que te conocí. Pero hoy estaban apagados, tintes ocres nublaban tus pupilas, y tan solo pequeños jirones de luz destellaban cuando no me mirabas. Imagino que alguna nube se había venido contigo de vuelta a la capital.

Comenzamos a caminar, un pie tras otro, como tantas veces te dije; yo siempre a contrapié, arrastrándolos, tú apenas rozabas el suelo. Avanzabas a mi lado, en línea recta, hacia los jardines del Templo de Debod, y me encantaba seguirte, hoy sí, mientras la muchedumbre nos hacía pasillo.

Instintivamente me agaché; a pesar de todo me incomodaba algo. Busqué en mis pies la respuesta a una sensación que tenía desde hace más de una década. Me aflojé los cordones de mi zapatilla derecha, tiré de ellos con firmeza e hice un torpe lazo que en pocos minutos se volvería a desatar. Cuando levanté la mirada seguías caminando, tan poco había cambiado en ti: el colorido de tu camiseta, sus rayas horizontales, ese pantalón de pana de color verde que tan bien llevabas puesto, la coleta que dejaba escapar una trenza con cuentas y abalorios de los colores de la bandera tica, y el Amazonas cosido en tu mochila. Posiblemente querías seguir pasando desapercibida, y lo conseguías, la ciudad había cambiado mucho, y aquí ya era primavera.

Pero en seguida me dí cuenta de que también habías cambiado tú. Te diste media vuelta, en cuanto notaste mi ausencia, y me buscaste mirando al suelo. Me esperaste, y juntos retomamos el camino, al mismo paso, sin buscar romper un cómodo, ahora, silencio, tan solo perturbado por las primeras gotas que dibujaban en los charcos los puntos suspensivos de nuestra historia.

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4 comentarios

  1. 1. GhostGirl. dice:

    Hermoso. Nada más que decir. La forma en la que describes y relatas la historia, mezclando pasado con presente es increíble.
    ¡Espero con ansias volver a leerte!

    Escrito el 18 febrero 2016 a las 01:44
  2. 2. Melisa dice:

    Muy lindo, Migo. Muy poético.

    Creo que hay un error de tipeo en ” en la boca de Metro”, ¿del metro?

    Hay mucho sentimiento en cada palabra. El relato se lee fácil y se visualiza fácil también. Me gustó mucho. 😉

    Escrito el 20 febrero 2016 a las 22:15
  3. 3. Dianet dice:

    Hola migo, tengo que felicitarte desde ya!! Migo que bonita historia me a cautivado tu forma de escribir. Quiero saber más, me he quedado pensando… ¿Qué le sucedió a esta pareja, para estar así?

    Es una de las mejores sin duda que he leído en esta escena del taller. Voy a seguirte en tu blog y si publicas el segundo capítulo házmelo saber ok.

    Un saludo.

    Escrito el 23 febrero 2016 a las 09:32
  4. 4. tyess dice:

    Me gusta la forma en que vas describiéndolo todo. Estuve ahí, esperando junto a tu protagonista, aunque sin saber del todo que estaba por venir. No esperaba a un personaje, sino un evento. Pero siento que todavía estamos en la parte de las presentaciones. Todavía estamos metiéndonos en la vida de esta pareja; vimos un evento y supimos algunos detalles que resumen siete años. Pero aún no sé que esperar después de ese encuentro.

    La última frase quedó encantadora.

    Escrito el 28 febrero 2016 a las 06:19

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