El tiempo al revés - por Nym95

Si alguien hubiera pasado por la calle, habría visto a la sombra salir corriendo por la puerta principal del Museo Europeo de Historia. Pero naturalmente nadie pasaba por allí a las tres y media de la mañana, y menos en mitad de aquella incansable tormenta.
A pesar de lo que pudiera imaginarse, la sombra no se deslizaba rápida y sigilosa por la acera, sino que corría desgarbadamente tropezándose con sus propios pies. Si uno se fijaba bien en ella, podía descubrir que realmente se trataba de un hombre encapuchado, con una expresión de profundo terror grabada en el rostro. Como si acabara de ser testigo de un crimen. Y es que ciertamente acababa de serlo. Él era el autor de dicho crimen.
Continuó corriendo, saltando entre los charcos, empapándose las botas de barro, resbalando debido a la lluvia y a su propia torpeza… En una ocasión incluso se encontró con la cara tirada contra los adoquines de la acera. Pero ni siquiera en ese momento dejó de aferrar el objeto que llevaba en las manos contra su cuerpo. Una mochila negra y desgastada.
Con la sangre goteándole por la barbilla se levantó y reanudó su carrera, desapareciendo por completo en la oscuridad excepto cuando algún relámpago traidor revelaba su presencia.

Unas quince horas antes de que esto sucediera, un amable cartero había entregado un paquete a Benjamin Smith. Dentro de ese paquete había una llave y una nota. Escrito en esa nota había dos oraciones.
"Tiene que ser esta noche. El museo estará abierto a las tres y cuarto de la mañana. Encontrarás todo como acordamos".
Lo más curioso es que Ben Smith no tenía ni idea de quién había escrito esas palabras. Solo sabía que se trataba de una persona que había conocido una noche por Internet.
Benjamin Smith comenzó a hablar con el misterioso anónimo poco después de haber intentado suicidarse. Su pequeña hija había muerto, dejándole solo y sin recursos para afrontarlo. Pero entonces había aparecido por casualidad aquel extraño y le había contado una historia increíble; precisamente en el momento en que más la necesitaba. Realmente, Ben no se creía nada de aquella locura, pero su corazón quería que fuese verdad. Y la verdad es que no tenía nada que perder.

Benjamin sacó de la mochila el objeto que había robado la noche anterior. Era un reloj de arena que databa del siglo XII. Había sido encontrado en un monasterio del sur de Inglaterra y se creía que los monjes lo utilizaban para fijar los horarios de los ritos litúrgicos. Estaba decorado con símbolos arcaicos que recordaban con sus colores a un loro guaro del Amazonas. Ben había oído comentar que ese era el primer reloj de arena que se había construido.
Lo giró inseguro y observó como los granos de arena comenzaban a caer despacio hacia la otra mitad del reloj. En la tapa superior pudo ver el ojo de una cerradura, lo que lo llevó a agarrar instintivamente un objeto.
Antes de comprobar si la llave que aquel desconocido le había proporcionado encajaba en la cerradura, le vinieron a la cabeza las palabras que le había dicho el extraño.
"Este es el único instrumento capaz de invertir el tiempo. Solo has de tener la llave adecuada".
Benjamin Smith deseaba más que nada hacer retroceder el tiempo. Era la única forma en que volvería a ver a su hija. Pero aquel anónimo… No tenía ni idea de cuáles podrían ser sus intenciones. Y así se lo hizo saber.
La contestación de él fue tajante.
"¿Acaso no es obvio? Es la clave de la inmortalidad".
Ben Smith suspiró y metió la llave en la cerradura. La giró. Nada ocurrió.
Agarró el reloj y le dio media vuelta. Los granos se deslizaron suavemente, y poco a poco, comenzaron a caer hacia la parte de arriba.