Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte, y el mío estaba enfrente mío. Mi hermana gemela… Yacía en el suelo llena de sangre. Me dispuse a llamar a la policía. Mi hermana y yo vivíamos con mi madre, mi padre nos había abandonado a las tres cuando teníamos diez años, y desde entonces nuestra madre no hacía más que ahogar sus penas en alcohol. Primer pitido. Su relación nunca había sido buena, de echo, no pocas veces oímos gritos y golpes en su habitación, seguidos por portazos y llantos. Mi madre solía tener moratones por su pecho, que lo excusaba con caídas, como de costumbre. Segundo pitido. Mi hermana y yo nos escondíamos y ni habríamos la boca por miedo a recibir lo mismo, pero ya pasó mucho tiempo y teníamos que actuar, ya que mi madre no se atrevía a hacerlo, por eso nos dirigíamos a la comisaría para denunciar, y mi hermana me esperaba en el garaje, hasta que bajé y vi aquello. Tercer pitido y el teléfono fue descolgado. Creí que no podía hablar entre sollozos y mi respiración entrecortada, volvieron a preguntar al otro lado de la línea, cuando de repente apareció un coche a toda velocidad por mi derecha. Estaba en shock, no me dió tiempo a reaccionar… Lo último que ví fue la cara del conductor, era mi padre.