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Entre sombreros - por Rosanna Samarra

Entre sombreros

Roberto conducía su furgoneta cuando se vio implicado en un accidente de tráfico; los frenos no funcionaban, no podía frenar y se desprendió barranco abajo. Después de unas cuantas vueltas de campana y salir ileso de ello, se apresuró a comprobar que su mercancía no hubiese sufrido ningún desperfecto. Contenía cajas de sombreros y pocas quedaban cerradas; algunas se habían abierto, otras con golpes y roturas, pero lo peor era que todos estaban sueltos, sin su plástico protector ni su número de referencia.
«¿Cómo voy a poder efectuar la entrega? el vuelo sale en tres horas, no tengo tiempo de repararlo todo ni entregarlo en perfecto estado», pensaba en voz alta, exaltado y asustado.

Trabajaba para una fábrica de complementos de caballero y en esta ocasión debía transportar sombreros hasta el aeropuerto con destino a Sicilia, el país que más invertía en compras para público masculino. Raramente le informaban si el contenido era frágil, importante o muy urgente, pero esta vez fue diferente y recordaba el advertimiento; las palabras estaban en su mente y se repetían una y otra vez:
«Tenga cuidado señor, una caja de todas ellas contiene un producto muy especial con una etiqueta personalizada; al llegar al aeropuerto la separarán del resto».

Tenía que rebuscar esta dichosa caja y llevarla urgentemente al aeropuerto, solo ésta era la que urgía. La encontró y trepando como pudo, se apresuró en llegar a la carretera para pedir ayuda. Tuvo suerte, un señor de unos cincuenta años de edad y con un traje negro impoluto, paró su coche y se subió.

—No sabe cuánto se lo agradezco, pensaba que a estas horas de la noche nadie me vería, menos mal de usted… —dijo nervioso—. Tengo que llegar cuanto antes al aeropuerto, es urgente.

—Yo mismo le llevaré, pero debería llamar y avisar de su accidente así como del estado de la furgoneta volcada y la mercancía tirada. ¡Tenga mi móvil y llame cuanto antes! —dijo con un tono imperativo.

—Gracias señor, otra vez se lo agradezco, llamaré a la fábrica —su voz le delataba, estaba temblando y le asustaba que supiese lo de su accidente sin apenas haberlo nombrado—. ¿Cómo sabe usted lo de mi accidente, sr….?

—Octavio, así me llamo. Lo he supuesto al verle salir de la nada tan acelerado. No se preocupe, ahora usted ya ha avisado y vendrán a por su furgoneta; la mercancía quedará a salvo, aunque la entrega no estará dentro de su plazo, pero puede que este paquete si lo esté. —Riéndose irónicamente.

—¡No es posible!, ¿Quién es usted, a que viene este sarcasmo, para quién trabaja, que quiere de mí? —preguntaba gritando furioso.

—Cálmese Roberto, nada debe temer, usted está a salvo y su paquete también. —Relajadamente giró el volante y tras recorrer un laberinto de calles, se metieron en una de muy oscura que conducía a un gran almacén— Ahora sabrá lo que contiene.

—¡Dios mío, esto es una emboscada! ¡Qué he hecho yo para que me hagan esto, soy un simple trabajador, nunca me meto en problemas! —expresó llorando mientras se cubría la cara con sus manos.

Se abrió la puerta y el coche se adentró lentamente. Había más hombres esperando, todos vestían con traje negro y sombreros blancos. Bajaron del coche y caminaron hasta una puerta roja que daba paso a un sinfín de pasillos repletos de sombreros, parecía una tienda y a estas alturas de la noche era imposible encontrar clientes; un lugar perfecto para lo que iba a suceder.

—Hemos llegado, deme el paquete por favor. —Alargó su mano para cogerlo y Roberto se lo dio sin oponerse—. Es un pasaporte, no hay más, solo que iba a llegar en manos de la persona equivocada.

—No quiero saber nada, no diré nada, déjeme ir, yo no he visto nada, hagan lo que tengan que hacer, pero ¡por favor dejen que me vaya!—pronunciaba nervioso, angustiado.

—Está bien, pero antes debe saber que la fábrica por la que usted trabaja le ha utilizado poniendo en peligro su vida con este paquete. Supimos de dicha entrega y nos vimos obligados a manipular el freno de su furgoneta para impedirlo, teniendo en cuenta que los daños fueran mínimos. Ahora ya puede irse, todo recto encontrará la salida.

—Gracias —pronunció con la cabeza baja y conteniendo la respiración— no diré nada.

—Gracias a usted, Roberto.

Sin echar la vista atrás, cruzó la tienda abarrotada que le impedía ver el horizonte.

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6 comentarios

  1. 1. Edmundo Dantés dice:

    Un relato interesante. Lo mejor la agilidad de los diálogos.

    Sólo comentaría que la expresión “… Sicilia, el país que más invertía en compras para público masculino…” chirría un poco. Yo lo cambiaría por “Sicilia, la región que más invertía en comprar productos para el público masculino”.

    Por lo demás, bien.

    Escrito el 18 agosto 2018 a las 07:55
  2. Caramba, que retorcidos sois los escritores. Pobre Roberto. salu2

    Escrito el 18 agosto 2018 a las 11:20
  3. 3. Otilia dice:

    Hola Rosanna,
    Ante todo, gracias por comentar.
    En cuanto a tu relato, engancha, está bien escrito y se lee con fluidez.
    Pienso que cada lector puede imaginarse una historia.
    Un dato que me ha llamado la atención es que pones la edad de Octavio y no sé para qué.
    Nos leemos. Saludos.

    Escrito el 19 agosto 2018 a las 11:02
  4. 4. Charola dice:

    Hola, Rossana. Me gustó tu relato aunque deja una penumbra que los lectores tenemos que llenar.

    Felicitaciones. Muy bien.

    Escrito el 24 agosto 2018 a las 19:43
  5. 5. Laura dice:

    Hola Rossana.
    Tu relato comienza muy bien y luego termina con explicaciones y una salida suave, afortunadamente, para el pobre Roberto.
    Desde lo formal , no tengo nada que señalar.
    Saludos.
    Hasta la pròxima propuesta.

    Escrito el 25 agosto 2018 a las 22:09
  6. 6. Stinkelgeneroso dice:

    Hola.
    EL argumento es interesante pero he encontrado algunas cositas que chirrian:
    En la frase “—No sabe cuánto se lo agradezco, pensaba que a estas horas de la noche nadie me vería, menos mal de usted…”, ese “menos mal de usted” suena raro. (supongo que serás de latino américa y acostumbraréis a decirlo).
    En la frase: “solo que iba a llegar en manos de la persona equivocada.”, iba a llegar en manos, está mal dicho, sería: iba a llegar a manos…

    Al final, dices que se meten en un almacén y escribes: “un lugar perfecto para lo que iba a suceder.”, pero no dices qué es lo que sucede, ¿o lo que sucede es que le cuenta que el paquete es un pasaporte?. No lo sé, me deja intrigada.

    Y para ser un poco quisquillosa, que caiga un camión por un barranco y que el conductor, aunque vivo, salga sin rasguño alguno, es poco creíble.

    Por lo demás, está bien escrito y se hace ameno.
    Saludos.

    Escrito el 27 agosto 2018 a las 19:08

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