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La ofensa - por Pato Menudencio

Web: https://menudencio.wordpress.com/

El cuerpo aún no se enfriaba. Yacía desparramado en una contorsión imposible sobre la alfombra persa, como una muñeca arrojada de forma súbita por una niña a la que le dicen que debe arrancar de un terremoto.

Decidí ir a dormir para aclarar mis pensamientos. Cualquier ruido inusual en medio de la noche podría alterar a los vecinos y todo quedaría al descubierto.

Enumeré todos los detalles. La cena, las dos copas de vino, las recriminaciones, la discusión, el forcejeo y la caída por la escalera. Aquella secuencia de acontecimientos se repetía una y otra vez, como un bucle en el cual se destacaba un detalle específico en cada repetición. Cada uno de estos detalles podía ser casi insignificante, pero uno y cada uno de ellos me revelaba como una epifanía mil combinaciones diferentes en las que el desenlace no hubiese sido ominoso como en el que ahora me encuentro.

Amaba a mi hermano, de eso no tenía la menor duda. Trataba de comprender los acontecimientos que se sucedieron para llegar a aquel final, mientras su rostro, inexpresivo, me miraba como un vacío reproche desde el suelo.

Quería gritar con un dolor culpable, el sentimiento subía desgarrando mis entrañas y el esfuerzo por contener el desahogo laceraba mi garganta.

Todo el peso del mundo se concentraba en mi pecho. Por más que tratase de poner mis ideas en orden, dormir sólo era una fantasía. ¿Acaso se puede conciliar el sueño contando ovejas cuando eres el lobo?

Sólo había una certeza de aquella noche. En una fracción de segundo todo se torció para ambos. Tendré que llevar por el resto de mi vida el peso de la culpa, y Miguel, quedará congelado para siempre en la memoria de sus conocidos, como un recuerdo imperturbable y doloroso.

Todo partió como una formar de hacer trampa. Siempre soñé con ser escritor y para un concurso importante tenía dos ideas buenas que tenían posibilidades de ganar. Debí ignorar a aquella voz en mi cabeza que me apegara a las bases, pero necesitaba asegurarme, y qué mejor que mi hermano para hacer de palo blanco.
Un relato lo enviaba a mi nombre, y el otro a nombre de él. Doble posibilidad de ganar, y si el relato a su nombre triunfaba, nos repartiríamos el premio como buenos hermanos que éramos.

Que tonto fui. A veces una pequeña disputa es suficiente para enviar todo al carajo. Sólo basta encontrar el catalizador adecuado para desencadenar las más ondas rupturas. En este caso fue la envidia y el orgullo. Si Eris fue capaz de enemistar a las diosas griegas, qué tormentos puede cernir sobre dos mortales.

El relato que envié a nombre de mi hermano resultó el ganador. Estábamos felices y disfrutamos los beneficios de nuestra trampa. Una semilla se asentó en el campo fértil de la avaricia. Decidí enviar cuentos a todos los concursos existentes; siempre dos relatos. Uno a mi nombre y otro a nombre de Miguel. ¿Qué creen que pasó? Todos los relatos enviados con el nombre de Miguel fueron los ganadores y poco a poco se fue haciendo una pequeña fama en los círculos literarios. Para no despertar sospechas, él iba a las premiaciones. Disfrutaba los favores y laureles que me correspondían por derecho propio y algo en mí empezó a resquebrajarse.

Ver las notas en el periódico destacando las obras de Miguel, ¡mis obras! despertaban en mí un odio visceral hacia mi hermano. Esa fama me correspondía a mí y a nadie más. Ya iban diez relatos y dos novelas en el que mi firma no estaba.

Lo cité en mi casa para zanjar nuestras diferencias. Llegó puntual y compartimos una distendida velada tratando temas del pasado.

Súbitamente cambié el tema y le expuse que a partir de ahora enviaría mis relatos por cuenta propia y que le agradecía su ayuda.

Obtuve una sonrisa sarcástica como respuesta. Luego, tomándose una pausa dramática expuso sus argumentos. Él no estaba dispuesto a ceder estos gratuitos privilegios. Acusó con delatarme, para que así, si lograba algún premio, mi nombre quedara manchado en todos los círculos literarios.

Me enojé, peleamos como enemigos irreconciliables. Subimos hasta el segundo piso. De la nada extrajo un cuchillo que antes había estado en la mesa e intentó atacarme. Como pude traté de detenerlo y le suplicaba que desistiera. Hasta que un resbalón fatal lo mató.

Nadie creyó mi versión, y hasta ahora, desde mi celda, soy considerado como el asesino de una de las mayores promesas de la literatura mundial.

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3 comentarios

  1. 1. Wolfdux dice:

    Pato es un placer volver a leerte. Un fuerte abrazo.

    Escrito el 17 febrero 2019 a las 21:59
  2. 2. JaimeM dice:

    ¡Qué buena historia, Pato! Me gustó mucho. Resulta además muy reconocible el tema de los concursos literarios, y especialmente apropiado que lo incluyas en un lugar como este.

    Por poner alguna pega, el tiempo del relato me resulta un poco confuso. Empiezas con el narrador observando el cuerpo, contando la historia en tiempo real (“el cuerpo aún no se enfriaba”, “decidí ir a dormir”), y al final lo trasladas a una celda, sin que haya una transición clara (“ahora, desde mi celda”). Creo que hay ahí una pequeña discordancia narrativa.

    Nos leemos, ¡un saludo!

    Escrito el 18 febrero 2019 a las 10:56
  3. 3. Noemi dice:

    Hola Pato Menudencio, te felicito por el manejo original de dos
    estructuras míticas, la Caín-Abel y la del doble.Muy bien articuladas,un poco larga la introducción vuelve lenta la lectura hasta llegar al climax quizás podrías agilizarla un poco recortando reflexiones para que el lector saque sus propias conclusiones. Es solo una idea.
    Muy buen trabajo y seguiré leyéndote.
    Saludos

    Escrito el 19 febrero 2019 a las 00:49

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