El Leviatán - por Noemi

El día en que Amrim Thorne D´Azevedo colapsó, yo me encontraba en la biblioteca de filología revisando un manuscrito del siglo XV recién descubierto en la torre de una iglesia. En la tarde siguiente recibí una llamada de su madre. Yo era profesora de Amrim y la señora Thorne me pedía que fuese al hospital. Se la oía ofuscada y por lo que pude entender su hija había salido del coma pero habían surgido otros problemas. Lo último que alcancé a oír fue:«…tal vez usted pueda ayudarnos.», antes de que abruptamente se interrumpiese la llamada.
Me pareció apropiado llevar algo y compré un ramo de azulejas y margaritas: flores de la temporada. Todavía bastante confundida, llegué al hospital y encontré a la mujer esperándome en la entrada. Se la veía exhausta, con la piel ajada y los círculos oscuros alrededor de los párpados que provocan la tensión nerviosa y la falta de descanso. Cuando me saludó, su mano temblaba. Antes de subir al cuarto de la enferma me sugirió que fuésemos a tomar un café, porque necesitaba explicarme la situación con más calma. Se lo agradecí de corazón porque el trance me angustiaba. «No soy médico ni sicologa cómo podré ayudarla» me había repetido durante el viaje.
─Mi familia es de origen sefardita ─comenzó ella una vez que nos acomodamos─, se radicó en Chipre después de la expulsión de España. Allí nací y crecí yo hasta que nació Amrim; en casa hablábamos ladino. Pero mi marido es inglés y cuando nos radicamos aquí, elegimos su idioma como doméstico además del español de la calle.
Hizo una pausa para beber un trago de su café y prosiguió:
Después del síncope, mi hija ingresó en el hospital pero los médicos no encontraron ninguna causa física que justificara el colapso: así que, cuando por fin despertó consideramos el fatídico episodio finalizado.
Vaciló un instante conturbada antes de continuar.
─Sin embargo, no bien mi hija tomó conciencia lanzó un grito como si estuviera aterrada, no nos reconoce, parece que no supiera dónde está y balbucea todo el tiempo en un idioma que nadie entiende. Algunas veces me pareció reconocer alguna palabra suelta de mi lengua materna como melezina, peche, menekche pero nada del resto. Tal vez usted como filóloga podría …
Cuando entramos en su cuarto, Amrim deliraba, sufría intensamente y llorando se tocaba el hombro derecho. allí donde tenía una extraña mancha epitelial que me recordó a un tiburón, con insistencia,. No llegué a entender lo que decía, sonaba a un dialecto muy antiguo. Pero de repente pegó un alarido inhumano y echó a correr escurriéndose como un animal aterrorizado.
Tardamos en encontrarla, otra vez inconsciente, en un rincón de la cocina del hospital.
No regresé a casa, estaba demasiado conmocionada, En cambio preferí continuar con mi trabajo en esos documentos del siglo XV .
Se trataba de unos protocolos pertenecientes a la Inquisición; trataban acerca del Auto de Fe llevado a cabo en un pueblo cercano a Cuenca, que ya no existía. En él quemaron a quince criptojudíos el 15 de abril de 1419. Me llamó la atención el caso de una joven mujer condenada con el agravante de tener “comercio con el Maligno”. Las pruebas presentadas eran una mancha “en forma de Leviatán” que no respondía con dolor cuando la pinchaban; tampoco demostraba sufrir los efectos de la tortura y hablaba “en lenguas diabólicas” es decir, incomprensibles. Decía llamarse Amrim un nombre desconocido y por lo tanto demoníaco. La quemaron con los demás judíos. Miré la fecha en el calendario: 15 de abril 2019.
Esa noche telefoneé a la señora Thorne. Su hija había reaccionado pero aún no hablaba. Nadie podía asegurar si alguna vez volvería a hacerlo.