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OMS descubre terrible enfermedad. - por DžokerR.
Con el nuevo milenio, la humanidad debió enfrentarse a enfermedades insospechadas. Tal es el caso del padecimiento de Francisco Bogislao, diagnosticado a los veinte años con Escritoris sesquipedalicus pretenciosus en el habla.
El terrible mal fue descubierto gracias a un trabajo conjunto entre un lingüista, un médico especializado en enfermedades infecciosas y un vendedor de tinto, cuyos hallazgos se resumen en tres puntos:
Primero, y contrario a lo que se creía al inicio, el mal corresponde a un virus distinto del que causa el Parlanchinus estupidus cohelus; estábamos, pues, ante un agente completamente ignoto.
Segundo, se sospecha que la epidemia se transmite mediante el intercambio de libros, especialmente aquellos del barroco español y, ocasionalmente, algunos de Samuel Johnson.
Tercero, el tinto quedó aguado.
El caso de Bogislao acaparó la atención de la medicina moderna, pues puso en tela de juicio la ética profesional del sector salud. Como bien es sabido por investigaciones recientes, la cura para el Escritoris sesquipedalicus pretenciosus (ESP) consiste en leer toda la obra de Anna Renee Todd; sin embargo, desde el 26 de junio de 1987, la ONU mantiene en vigor su política contra cualquier forma de tortura.
La enfermedad aparece primero con leves síntomas de mejora intelectual: uso de palabras quizá jocosas, pertinentes al tema y que enriquecen la conversación. En el caso de Bogislao, el primer indicio surgió hace nueve meses, durante la semana en que leyó a Quevedo y a Góngora. (Todavía es tema de debate entre epidemiólogos quién es el verdadero culpable). Cuentan sus allegados que el paciente fue a comprar pan y, al regresar a su departamento, descubrió que había perdido las llaves de la entrada; entonces, claro, fuerte y conciso, gritó: “¡Recórcholis!”.
Desgraciadamente, la ventana del patio trasero tenía puesto el candado que servía como sistema de seguridad, por lo que no tuvo más opción que devolverse a buscar las llaves. A una cuadra de la panadería las encontró y, según testigos, existen dos versiones de los hechos: unos dicen que exclamó “¡Equilicuá!” y se compró un roscón; otros aseguran que dijo “¡Eureka!” y se compró un churro.
Tristemente, el síntoma pasó inadvertido y una situación que, con un poema de Jaramillo Agudelo, se habría resuelto sin alteraciones del pulso terminó derivando en el estado crítico que hoy conocemos. Cabe mencionar que a muchos médicos no les gusta tratar el ESP con poemas de Agudelo, ya que la cursilería de sus versos provoca diabetes como efecto secundario de la receta.
Cuando la enfermedad avanzó a su etapa final, Bogislao sufría un sesquipedalismo en el habla que ya nada aportaba a sus conversaciones. Cuentan que, desesperado, acudió a una adivina para que le leyera las cartas, y que su mala suerte (o su mal tarot) lo llevó a salir de allí gritándole: “Sinvergüenza, granuja, buscavidas, delincuente, timadora, estafadora, embaucadora, farsante”, mientras arrojaba al suelo su baraja del tarot.
Incluso hay investigadores que aseguran que también añadió: “Érase una mujer pegada a sus labios de bótox”. Esto último, sin embargo, permanece en tela de juicio y se cree que es una invención de quienes, en su investigación del caso, insisten en achacarle toda la culpa del virus a Quevedo.
Finalmente, en un intento por evitar una pandemia, la OMS emitió las siguientes recomendaciones:
Evitar el intercambio de libros sospechosos sin previo lavado de manos semántico.
No permitir que individuos con ESP expliquen el argumento de novelas barrocas.
Supervisar a cualquier persona que compre roscón o churro después de gritar palabras como “¡Eureka!”.
Reportar a la OMS cualquier insulto excesivamente elaborado dirigido a tarotistas, pitonisas o adivinas.
Y cerró con la siguiente conclusión:
“La OMS continuará monitoreando el caso de Francisco Bogislao, cuyo estudio resulta crucial para comprender los mecanismos de mutación retórica del virus. Se insta a la comunidad internacional a mantener la calma, evitar pánicos gramaticales y abstenerse de utilizar palabras de más de cuatro sílabas durante interacciones cotidianas.”
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